Así comienza… San Francisco de Asís (segunda edición)







Primera vida
Tomás de Celano

Introducción, traducción y edición de
Alicia Silvestre Miralles



Introducción
(Fragmento)

Esta obra ha sido posible gracias a la colaboración de muchas personas, entre las cuales quiero destacar los sabios consejos de los padres José Carlos Brandi Aleixo y Ramón F. de la Cigoña, del Centro Cultural de Brasilia.
Así le cuaja el traje como el nombre a este hijo de comerciantes de tejidos. Así lo quieren muchos partir y repartir e interpretar a su comodidad y creencias.
San Francisco de Asís emerge en la historia del cristianismo dando voz a los silenciados por la injusticia, heroicamente caballero de los desfavorecidos y pobres, un nuevo Cristo.
Por su tremenda irradiación se lo han querido apropiar muchas sectas, filosofías, corrientes: los enfoques humanistas, los orientales, los pacifistas, los ecologistas, los dueños de mascotas, los veterinarios, los espíritas, los yoguis. Se publican libros que psicografían falsas relaciones furtivas de Clara y Francisco. Se da culto a los santos separadamente, endiosándolos, sustituyendo al sol por el dedo que lo señala. Los que lo quieren sacar de la Iglesia no lo entienden en su esencia. Los que compran una estatuilla para bendecir a sus canes banalizan el esfuerzo de su sacrificio y el valor de sus llagas.
Pese a quien pese, Francisco murió en la sufriente y santa obediencia. Como san Juan de la Cruz. Algunos lo querrían excomulgar para que hubieran muerto fuera de la Santa Iglesia, porque eso dificultaría el reconocimiento de santo. Es algo que ambos sufrieron al final de sus vidas con intensidad y que atestigua el valor de sus actos. Figuras casi heréticas, border-lines dentro de la cristiandad adormecida de sus épocas.
Pero san Francisco solo es de un Señor, y si me apuran también de una señora llamada Pobreza.
Si venció esa batalla a costa de la vida y con dolor espiritual y carnal, ¿vamos ahora a sacarlo de la casilla que con esmero defendió? Querer al santo sin su Iglesia es no conocerle. Es segmentar el pedacito que preferimos y el amor parcial ni es amor, ni madurez de fe sino superchería de ciegos que no quieren ver. Aunque es habitual encontrar un tono acaso excesivamente apologético en las hagiografías a partir de este período, el avezado lector sabrá discernir las palabras sentimentales que visten las extraordinarias hazañas.
¿Santito de bolsillo, simpático cantador de paz rodeado de palomitas, amansador de lobos y evangelizador de campos? Eso y más: Santo de Cruz y de ayuno, de pobreza y caridad, de desnudez y abnegación, perseguido y encarcelado, descalzo, humillado, hambriento, enfermo. Estigmatizado. Que le siga quien se atreva.
El bautismo de fuego lo recibe en la plaza, al desnudarse y quedar como un niño, desposeído y vulnerable, abrazado por el Dios de los pobres y sometiéndose a partir de entonces a la Madre Iglesia. Con su gesto hasta hoy llena de esperanza a una cristiandad. Creo que hoy volvería a quitarse todos los trajes y máscaras que quieren atribuirle y aun imponerle.
Una vez más la leyenda quiere devorar al hombre, por eso estas obras que siguen pretenden restaurar en algo el coraje de una existencia contracorriente, pero dentro del río, de alguien que tuvo la valentía de erigir la paz dentro de sí mismo y a su alrededor. Sirva este opúsculo como homenaje a la pobreza evangélica y para su recuperación, celebrando al actual papa Francisco en el que se avistan ecos de renovación. Pax et Bonum.
La figura de san Francisco abraza un amplio espectro de virtud: maestro de paz, representante de pobreza material y riqueza espiritual, ejemplo de obediencia. Su humilde denominación, «hermano menor», que dio nombre a su orden religiosa exhibe su capacidad de igualarse profundamente con todo lo que existe con amor solidario, llegando a llamar a la Muerte hermana. Innumerables pueblos incluso de otras religiones lo han venerado, percibiendo la certeza de su mensaje diáfano y de su camino auténtico.
Según Frei Betto, san Francisco es un caso de ejemplo límite que demuestra la predominancia del sentido de la vida sobre el bienestar material. Como otros grandes místicos, fue simultáneamente una persona inmersa en la efervescencia política de su época.
La palabra «místico» viene del griego mysterion, que procede de meuin; significa «percibir el carácter escondido, no comunicado de una realidad o de una intención». ¿Cuál es el sentido oculto que los místicos alcanzan? ¿Una comprensión mayor del misterio, causa y propósito de la existencia?
Introducirnos en la vida de un santo, a través de sus obras, es andar sobre las huellas ígneas del Espíritu en la Tierra. Como traductora y estudiosa de la figura de san Francisco, no puedo dejar de sobrecogerme ante el valor de tal tarea, por ello quisiera, en primer lugar, reconocer mis limitaciones. Adivino que hay que despertar los ojos de nuestro propio espíritu para poder comprender a un místico. Vibrar en sintonía con esa alta esfera exige una lectura primorosa, entregada, fiel, no tanto con los ojos de la mente, sino con el corazón. Estamos ante palabras vivas, palabras de Vida, en contacto con las cuales, nuestro ser es interiormente transformado y vivificado. Pido, en fin, y confío, en que me guíe en esta labor la luz de este santo patrón, para poder ejecutar una traducción digna y honrosa de su biografía.
El camino hacia dentro de uno mismo se trilla con esfuerzo y con sacrificio. San Francisco tuvo su transfiguración tras mucha penitencia y laceración, para purificarse, enfrentando el sufrimiento, la tentación, la vanidad, la soledad, el dolor, las estructuras sociales imbuidas de mentira, la dificultad y la amargura de su permanente búsqueda de la justicia. Cuidado, sin embargo, con interpretar esto con nuestras filosofías actuales; no se trata de perseguir activamente estos castigos: llegan y es mediante la introspección que se vencen.
El examen de conciencia es la llave para la transformación. Cuando es bien hecho, acarrea dolor de los propios pecados y consecuente propósito de enmienda. Las lágrimas amargas de arrepentimiento materializan, cuando son sinceras, un cambio de conducta. El perdón del yerro cometido es otorgado a quien se arrepiente no de palabra, sino de corazón. Aquel que pasa del reconocimiento de los pecados a su perdón, sin haber experimentado el dolor en su conciencia, no está verdaderamente analizando ni perdonando. Está saltando la fase principal que lava de la inmundicia, pues aunque los hechos pueden repasarse con meditación mental, el arrepentimiento es vivenciado solo y exclusivamente tras una íntima comprensión en el corazón. […]


Capítulo I
Costumbres mundanas de su juventud
317. 1. Vivía en Asís, en el valle espoletano, un hombre de nombre Francisco. De sus progenitores recibió desde la infancia una mala educación, inspirada en las vanidades del mundo. Imitando su ejemplo, él mismo se volvió incluso más superficial y vanidoso.
318. Se ha difundido, de hecho, en todo lugar entre aquellos que se dicen cristianos, esta pésima costumbre, y, talmente esta mentalidad funesta se ha impuesto por doquier, como si fuese prescrita y confirmada por ley pública, que se nos preocupa en educar a los propios hijos desde la cuna con excesiva tolerancia y disolución. Aún adolescentes, apenas comienzan a balbucear alguna sílaba, les enseñan con gestos y palabras cosas vergonzosas y despreciables. Alcanzado el tiempo del destete, son lanzados no solo a decir, sino también a hacer aquello que es indecente. Ninguno de nosotros, a aquella edad, osa comportarse honestamente, por temor a ser severamente castigado. Bien con razón, afirma un poeta pagano: «Habiendo crecido entre los malos ejemplos de nuestros progenitores, todos los males nos acompañan desde la adolescencia». Y se trata de un testimonio verdadero; ¡cuanto más dañinos son los deseos de los padres para los hijos, más estos los siguen con ganas!
319. Alcanzada una edad un poco más madura, instintivamente pasan a travesuras peores, porque de una raíz podrida crece un árbol defectuoso, y aquello que una vez es degenerado, difícilmente puede reconducirse a su estado justo. Y cuando cruzan el umbral de la adolescencia, ¿en qué crees que se convierten? Entonces rompen los frenos de toda norma: dado que está permitido hacer todo lo que gustan, se abandonan sin recato a una vida depravada. Haciéndose así con voluntad esclavos del pecado, transforman sus miembros en instrumentos de iniquidad; cancelan en sí mismos, en la conducta y en las costumbres, todo signo de fe cristiana. De cristiano se aprovechan solo del nombre. A menudo los desventurados se jactan de culpas peores que aquellas realmente cometidas: tienen miedo de ser más burlados cuanto más puros se conservan.
320. 2. ¡He aquí las tristes enseñanzas en las cuales fue iniciado este hombre, que nosotros hoy veneramos como santo, y que es verdaderamente santo!
Mal empleó miserablemente el tiempo, desde la infancia hasta casi su vigésimo quinto año. Es más, precediendo en estas vanidades a todos sus coetáneos, se había hecho promotor de males y estupideces. Objeto de maravilla para todos, buscaba sobresalir sobre los otros en cualquier lugar y con desmesurada ambición: en los juegos, en los refinamientos, en los bellos ademanes, en los cantos, en las vestimentas suntuosas y suaves. Y verdaderamente era muy rico pero no avaro, es más, pródigo; no ávido de dinero sino disipador; mercader avezado, pero generosísimo por vanagloria; en lo demás, era muy cortés, condescendiente y afable, si bien para su desventaja. Precisamente por estos motivos, muchos, entregados a la iniquidad y malintencionados instigadores se reunían en torno a él. Así, circundado de malhechores, avanzaba soberbio y generoso por las plazas de Babilonia, hasta cuando Dios, desde el cielo, volvió su mirada hacia él y, por amor de Su nombre, alejó de él su ira y le puso en la boca el freno de su alabanza, para que no pereciese del todo.
321. La mano del Señor se posó sobre él y la diestra del Altísimo lo transformó, para que, por medio suyo, los pecadores reencontrasen la esperanza de revivir en gracia, y quedase para todos un ejemplo de conversión a Dios. […]


El loco de Asís
(Ensayo dramático en un prólogo y dos actos)
Francisco Torres Monreal
[Fragmento]

Prólogo
De la oscuridad inicial se pasa suavemente a una iluminación tenue. Galopar de caballos que será progresivamente cubierto por la melodía de violonchelo sobre el canto Señor haz de mí.
El Lector, acompañado por un acólito, se dirige al atril de lectura desde el fondo de la sala. Recitado, por actores aislados y coro, simultáneo al canto ya indicado, cediendo uno u otro en intensidad según interese para la comprensión de los textos, o mezclándose en una ritmada confusión.
El Director actuará como Maestro de Ceremonias, haciendo notar su presencia sin restar atención a la escenificación.
Actores y coro, alternantes.—En el nombre del que todo
lo ha creado.
En el nombre del Amor.
En el nombre de la hermandad de los hombres entre sí y de los hombres con todo lo criado
de las cosas todas, a las que por ello, en adelante,
llamaremos hermanas:
hermana agua y hermano aire, a los que nadie debería
contaminar,
hermanas plantas del bosque y hermanas plantas cuidadas
por el hombre,
hermanos animales domésticos; en particular, el hermano más humilde y despreciado, el hermano asno, burro de
carga y modelo de obediencia,
hermanos animales de la selva, hermano tigre, hermano lobo.
En nombre del hermano hombre, y muy especialmente del hermano hombre perseguido por humanas «justicias»
acosado por pensamiento diferente
desamado
herido por disfraces y silencios
y de los niños desnutridos
desvestidos y descalzos
con los vientres abultados de agua y soplos.
Lector, en el atril, con recitado moderno.—«Incipit capita varia vitae Beati Francisci, Assisi Poverelli nominati».
Pausa.
Director, al lector.—¡Adelante!
Lector.—«En la bella Asís, Oriente del mundo y corazón de Italia…».
Director.—Salta la primera relación. Quedamos en que esos párrafos los dejábamos para el inicio del primer acto. Ahora solo algunos enunciados.
Diálogos entrecortados, en ritmo creciente hasta el final de esta secuencia.
Lector.—«De cómo Francisco de Asís se entregó en cuerpo y alma al servicio de los leprosos». (Pasa unas páginas).
Director, a los actores.—Terminad de vestiros. El primer acto y el segundo los haremos sin interrupciones. A ver, el lector…
Lector.—«Donde se cuenta que, cuando entraba en una ciudad, se alegraba el clero, se volteaban las campanas, saltaban gozosos los hombres, congratulábanse las mujeres, los niños batían palmas y, muchas veces, llevando ramos de árboles en las manos, salían a su encuentro cantando». (Pasa unas páginas) «Cómo curó a un cojo en Toscanella y a un paralítico en Narni, y dio la vista a un ciego…».
Se ilumina un andamio, al fondo, en el que está subido el Actor-Francisco.
Actor-Francisco.—¡No! Ese Francisco de Asís no ha existido nunca. ¡Un milagrero, un prestidigitador! ¡No! 
Lector, al Actor-Francisco.—Pues yo no invento nada. Estas son tus vidas medievales. Escritas por quienes te conocieron o conocieron a los que anduvieron en tu compañía.
Actor-Francisco.—Pues qué mal me conocieron.
Director.—Prosigamos. Tú procedes del libro. Limítate a tu papel. […]



El Misterio de san Francisco
Ópera de Cámara
Josep Soler
[Fragmento]

Escena primera
Navidad. Campo cerca de la ciudad de Gubio.
(Violín solo; frag. 1).
San Francisco.—¡Lobo! ¡Lobo, Lobo, hermano! Has causado muchos daños en estas tierras, has matado animales y hombres… todos eran tus hermanos… pero ellos también tenían hambre y también ellos debían matar para poder comer… tenías frío y hambre y sed y has hecho lo que hicieron tus padres y tus abuelos, lo que te enseñó tu madre…; tú has hecho lo que debías, lo que Dios puso en tu instinto, pero ahora te ruego que pienses en ellos, y no hagas más daño. Forzado por el hambre has hecho todo esto… pero ahora, los hombres de esta ciudad, viendo cómo has cambiado, se comprometen a darte alimento y ayuda y calor mientras vivas; quizá esto será un comienzo para que dejes de matar y ellos dejen también de matar…
(Violín solo; frag. 2).
Todos debéis prometer que no os haréis daño, ni tú a ellos ni ellos a ti, y así se lo pediré cuando ahora vayamos al pueblo, y ellos me creerán aunque tienen miedo y siempre tendrán miedo y tú también tienes miedo y todos matáis por miedo… también yo estoy asustado y el miedo me ayuda, me esfuerzo para que me ayude… también es un consuelo para mí… ven, ven conmigo… 
(Violín solo; frag. 3).
El Lobo le da la pata y Francisco lo abraza.
Ven conmigo sin temor alguno y vamos al pueblo para que todos puedan verte y allí firmaremos esta paz y yo saldré fiador de que la guardaréis durante todo el tiempo de tu vida…; sé que un día, pasado un tiempo, estarás muy cansado, envejecerás y ya no podrás entrar en las casas y recoger tu comida ni podrás jugar con los otros perros o con los niños… pero después, lobo, hermano, morirás de viejo, te lo aseguro, y yo podré encontrame contigo algún día… ven, Lobo, ven…
(Violín solo; frag. 4 ).
(Salen los dos ).
 […]


San Francisco de Asís (Primera vida, de Tomás de Celano, con prólogo, traducción y notas de Alicia Silvestre Miralles, El loco de Asís, de Francisco Torres Monreal y El Misterio de san Francisco, de Josep Soler con prefacio de Joan Pere Gil Bonfill) I Tomás de Celano, Alicia Silvestre Miralles, Francisco Torres Monreal, Josep Soler y Joan Pere Gil Bonfill I Ensayo, teatro, ópera, hagiográfica I ISBN: 978-84-17231-57-6 I Thema: QRMF – QRVS1 – AVLF – DDC I 135 x 200 mm I 312 págs.

Para más información sobre San Francisco de Asís:

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Para más información sobre Josep Soler:

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