Alejandro J. Ratia reseña Ramón Gómez de la Serna, de Antonio Fernández Molina

 




El pasado sábado 8 de junio de 2024 en el suplemento cultural «Artes y Letras» de Heraldo de Aragón, dirigido por Antón Castro, se publicó una reseña de Ramón Gómez de la Serna, de Antonio Fernández Molina, firmada por Alejandro J. Ratia.


El texto íntegro del artículo dice así:


LAS VIDAS PARALELAS DE ANTONIO Y DE RAMÓN

Del archivo de Fernández Molina se rescatan sus escritos sobre Gómez de la Serna

Ramón Gómez de la Serna. Antonio Fernández Molina

Edición de Raúl Herrero

Libros del Innombrable. Zaragoza, 2024. 115 páginas



  El salto generacional entre Ramón Gómez de la Serna (Madrid, 1888 - Buenos Aires, 1963) y Antonio Fernández Molina (Alcázar de San Juan, 1927 - Zaragoza, 2005) podría hacer de ellos padre e hijo. Una lógica tonta hubiera impuesto en el más joven el desprecio al veterano. En la quinta de Fernández Molina los escritores adoptarían, en general, un aire seco, nihilista o desgarrado, prefiriendo los contenidos sociales a la experimentación. No fue su caso. Estuvo entre los pocos que recogieron la antorcha vanguardista. Estuvo al lado de los Postistas, de Arrabal, de Ángel Crespo, de los catalanes de Dau al Set. Se trataba, en su caso, de una predisposición. Y es por ello que su entusiasmo se encendió al llegar a sus manos, por vez primera, algunos libros de Gómez de la Serna.

  Siguiendo con la imagen de los relevos, el poeta, escritor polifacético y editor Raúl Herrero toma más tarde el testigo de Fernández Molina. Se reconoce como su discípulo y hereda una cadena de anticonvencionales ancestros. El catálogo de su editorial, Libros del Innombrable, deja claro cuál es esa genealogía, que parte de Baudelaire, Jarry y la Patafísica.

  Gómez de la Serna, Ramón, es una literatura en sí mismo. Suya es la patente de la greguería, que invade también los demás géneros que practica y que se convierten con este escritor en otra cosa. Para bien o para mal, como diría Umbral, criticando las novelas no novelas ramonianas. En la colección Austral, a las Greguerías las vistieron de color violeta, color con que identificaban Poesía y Teatro. Antonio Fernández Molina estaba de acuerdo en entenderlas así, como verdadera poesía. Ningún libro de poemas en verso, sin embargo, en el poeta Ramón. Sólo compuso en verso, que se sepa, el libreto de la ópera Charlot, con música de Bacarisse. Ópera que no se estrenó.

  En 1933, elegir a Charlot como asunto de una ópera define bien el compromiso de Ramón con los Tiempos Modernos. Para entonces él era ya el referente de las vanguardias en España. Buñuel, por ejemplo, confesará deberle mucho y su huella se detecta en sus escritos y películas. Famosos fueron los libros de Ramón dedicados al cine y a los «ismos». Anduvo atento a todo cuanto se movía. Muy especial resultó su interés por las artes plásticas. Él mismo practicó el dibujo y en buena medida, fue pionero del collage extendido, practicado en las propias paredes de sus casas, y de la performance, escenificando sus conferencias. Famosa, la que dio montado en elefante.

  Debe reconocérsele precursor en una configuración de la vida como arte. No es raro que Fernández Molina lo tuviera en un pedestal. Supuso para él un modelo a seguir. Como también pudo plantearse aquella «Edad de Plata» (expresión de José-Carlos Mainer) de anteguerra un modelo que remedar, como se podía, en las oscuridades de posguerra.

  El caso es que Fernández Molina dejó, al morir, bastante material clasificado bajo la etiqueta «Ramón». Podía intuirse su intención de conformar un libro. Esa tarea la ha hecho ahora Raúl Herrero, convertido en albacea literario, tras la desaparición de su amigo y maestro. Concluida la monumental edición de sus Poesías Completas, aparecidos en Libros del Innombrable otros textos básicos y antológicos como la novela Solo de Trompeta, ha llegado el turno de este Ramón Gómez de la Serna.

  Prologan el libro unas «vidas paralelas» de Antonio y de Ramón, escritas por Raúl Herrero. La literatura como modo de vida, la creatividad, la práctica del dibujo o la crítica de arte son cosas que tuvieron en común ambos autores. Un novato Fernández Molina le mandó al lejano Ramón, a Buenos Aires, alguno de sus libros y el escritor veterano le dio amable acuse de recibo. Fue con la viuda de Gómez de la Serna, Luisa Sofovich, con quien mantendría, sin embargo, una productiva relación epistolar. Consecuencia de ello, la edición en España de algunos inéditos ramonianos.

  Al margen de esta relación póstuma, y de otras curiosidades, los textos de Fernández Molina revelan un Ramón inesperado, lejos del tópico. Se habla de sus dibujos —reproduciéndose alguno— que tienen el interés de lo peregrino. Frente a la idea del vanguardista deshumanizado, se invita a percibir lo contrario. Humanización de los objetos, semejante al rescate de los trastos en el rastro. «Puebla a las cosas de leyenda, como si diera realidad a las visiones infantiles o como si fuera el único que se ha atrevido a decir lo que las cosas dicen», anota Fernández Molina. Se recalca también la afinidad entre Ramón y el pintor Gutiérrez Solana. Y la raíz romántica que llega desde lejos. Gómez de la Serna es también aquel que escribe Cartas a las golondrinas, transmitiéndoles sus recuerdos, al despedirse, para Bécquer.

  Un infatigable interés por la vida, más una querencia por la muerte. Algo que también sabe leer Fernández Molina en un Ramón que se pregunta: «¿Qué sería de nosotros sin la muerte? Todo tiene exaltación gracias a la muerte... ¡Qué bellos ojos tiene la muerte! Yo la saludo militarmente con sorna y disciplina siempre que la veo pasar...».

Alejandro J. Ratia


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