Así comienza… Julián Ríos y las metamorfosis de una escritura plural. Edición de David Torrella Hoyos, Max Hidalgo Nácher y Mario Martín Gijón




Prólogo

(Fragmento)

Larva revisited

de

David Torrella Hoyos,

Max Hidalgo Nácher y

Mario Martín Gijón


London Apocalypse… Revised Version, Antichrist!

Julián Ríos, Larva. Babel de una noche de San Juan

El año 2023 supone el cuarenta aniversario de la aparición, por vez primera en Llibres del Mall, de Larva. Babel de una noche de San Juan (1983) de Julián Ríos (Vigo, 1941). El libro, que tuvo un proceso de gestación largo y complejo, de casi diez años de duración, se podría decir acaso que encarnaba todo aquello que la literatura española había querido y (por razones evidentes) no había podido llegar a ser hasta entonces. Quizás sea esa la razón por la cual Larva fue objeto de una gran expectación, la cual se podría retrotraer hasta algunos años antes de la publicación del libro, cuando solo habían aparecido algunos fragmentos y esbozos de ese gran work in progress que iba a integrar diversos volúmenes en revistas como Plural, Vuelta, Syntaxis o Espiral. Así, Juan Goytisolo, en un texto fechado en 1977, afirmaba lo siguiente: «Toda mi labor de los últimos años ha sido un combate para alcanzar otros ámbitos de libertad expresiva, partiendo en cada caso del suelo conquistado en el texto anterior, en pos de esa escritura suelta, descondicionada a que aspira llegar mi último libro. Este trabajo lento, penoso, difícil, visible a lo largo y lo ancho de mi trilogía, debe ser puesto entre paréntesis y dado por supuesto, desde el momento en que abordamos la lectura de la obra en marcha de Julián Ríos».

Ese texto de Goytisolo iba a reaparecer poco después de la edición de Larva en un volumen que recopilaba diferentes aproximaciones al libro y a su autor, Palabras para Larva (1985), editado y prologado por Andrés Sánchez Robayna y Gonzalo Díaz-Migoyo, en cuya cubierta se reproducía, en miniatura, la portada de la novela al lado de un hombre de negro envuelto en un mackintosh, así como otros elementos simbólicos, entre los que destacaba una lámpara que podría recordarnos aquella otra del Guernica de Picasso. El volumen congregaba a un número importante de escritores y críticos nacidos fuera del territorio español o que vivían o habían vivido en el extranjero, lo que ya daba cuenta de las singularidades del proyecto literario y editorial de Ríos, quien consiguió establecer desde los años setenta amplias y fructíferas relaciones con narradores, poetas y artistas provenientes de otras latitudes. En ese sentido, cabe observar cómo sus horizontes literarios no se limitaban al contexto español. Él mismo ha afirmado en alguna ocasión: «La literatura española, como todas las literaturas, está llena de figurones, de grandes personajes, que fuera del ámbito nacional son perfectos desconocidos. Y hay otros escritores que no se miden en un espacio nacional, sino un contexto más amplio».

El volumen apostaba al mismo tiempo por una literatura de vanguardia —o, por lo menos, alternativa con respecto a un establishment literario que operaría en cada país a nivel particular, pero de modo global en el mercado de la edición de libros. De ahí, el difícil encaje de Ríos en el campo literario nacional y en las historias de la literatura que se han venido publicando desde entonces, las cuales tienden a descuidar esas redes excéntricas tramadas entre heterodoxos de las letras.

***

Sea cual sea el discurso que se quiera articular en torno al momento histórico de la publicación de Larva, Ríos tiende a ser presentado como una figura tangencial con relación a dos ámbitos discursivos diferenciados, y a veces opuestos. Por un lado, no encaja con cierta cultura oficial presente a lo largo de todo el periodo transicional; por el otro, tampoco ha sido reivindicado por una cultura underground —con la cual, sin embargo, cabría relacionarlo— que florecerá al margen de «La Movida» y de los círculos cercanos al Grupo Prisa y demás conglomerados mediático-editoriales que contribuirán al establecimiento del marco discursivo hegemónico durante aquellos años.

De ese modo, la propuesta de Ríos será catalogada de forma muy temprana y casi unánime como de «experimental». En ese sentido creemos que cabría interpretar las palabras de Rafael Conte, en otro texto que también acabaría apareciendo en Palabras para Larva:

Un relato, una novela, surge de un sitio y va a otro, y el camino configura la obra. Aquí ni el principio ni el final parecen serlo, son puntos que no se suceden, sino que se yuxtaponen, lo cual es más poético que narrativo. No hay ni historia, ni psicología, ni argumento, ni personajes, en el sentido de la comprensión habitual, inerme y pasiva, a la que estamos acostumbrados. Ni texto, pues hay palabras sin texto, y es preciso leerlo todo letra a letra, no por frases ni por palabras siquiera.

El texto es otro, y quiere ser carne y sangre al mismo tiempo, y la teoría desaparece en la práctica de este neotexto desreconstructor.

Ahora bien, para situar Larva en el proyecto literario de Ríos conviene tomar distancia. Esa distancia, hecha de tiempo y de espacio, centellea en una anécdota que el escritor relata en una conferencia de 2005 titulada «Quijote e hijos: travesía del océano de historias». Es una historia de exilios y de lecturas, en la que Ríos evoca el viaje que llevaría al escritor alemán Thomas Mann de un puerto del norte de Francia al exilio en Estados Unidos. Un viaje en el que, al parecer, para hacer más ameno el largo trayecto, Mann se habría dedicado a leer el Quijote.

Su inmersión en el clásico cervantino solo sería perturbada, según relataría el autor alemán en su «diario íntimo», por un joven «desconocido» y «solitario», «con frecuencia parapetado tras un libro o escribiendo en el comedor y en sobrecubierta». El misterioso pasajero, un norteamericano, escritor en ciernes y fan de James Joyce, le iba a servir a Ríos como motivo perfecto para trazar —así se subtitularía el libro que recogería la conferencia de 2005— una «genealogía literaria» que englobaría, a partir de la influencia de Cervantes, y la posterior de Flaubert, tanto a Joyce como a Mann. Una genealogía que apuntaría a una misma tradición literaria: la de la literatura occidental, aquella de la que Ríos se sentiría parte.

Sin embargo, una paradoja habrá marcado la recepción de su obra en España, pues a Ríos se le reivindicará, después de algunos años de relativo silencio crítico, desde una perspectiva eminentemente postmoderna —que él vería en cierto modo ajena a esa tradición que glosaba en su conferencia—, contraviniendo, en parte, la lectura que otros autores como Juan Goytisolo, Carlos Fuentes o Juan Antonio Masoliver Ródenas harían de él, ponderando su lado plural y emancipador. De hecho, Ríos, en un texto dedicado al Finnegans Wake de James Joyce, recogido en su libro Álbum de Babel (1995), escribía lo siguiente:

Hace algunos años tuve oportunidad de asistir a la representación de algunas escenas del Wake en un pub de un barrio obrero del norte de Londres y pude comprobar cómo el público, verdaderamente popular, acogía a carcajadas una serie de alusiones escabrosas que a lo mejor no son especialmente significativas para los eruditos y especialistas académicos. En aquel pub, apropiadamente llamado The Wellington, el funeral de Finnegan era «funferall», velorio y jolgorio para todos, como quería Joyce.

Y quizás lo primero que podemos decir de Larva es que se trata de una farra, de una juerga, de una celebración. Una fiesta de la literatura, del lenguaje y de la escritura, que iba a tener su prolongación en Poundemonium (1986) (otra jarana), La vida sexual de las palabras (1991), Casa Ulises (1991) y Álbum de Babel (1995), y, más tarde, en Sombreros para Alicia (1993) y Monstruario (1999), hasta llegar a Cortejo de sombras (La novela de Tamoga) (2007) y Puente de Alma (2009), su última novela. Una bacanal, dígase de paso, que el autor situaba en un Londres heredero del Swinging London de los sesenta, que él mismo habría vivido en primera persona —escenario difícil de imaginar en la España de aquellos años.

En Larva, Ríos intentaba representar con palabras el movimiento, la algarabía y la concupiscencia de una fiesta en la que, como suele ocurrir, las frases nos llegan superpuestas, entrecortadas, incompletas; los cuerpos nos salen al paso sucediéndose y seduciéndose unos a otros a ritmo frenético; y los tropiezos e interrupciones —el «hilo perdido», que diría Jacques Rancière— son constantes. Y es que Larva es una novela de novelas, carne todas de una misma novela, y cabe abordar su lectura de diferentes maneras y sin demasiadas prevenciones, pues esas novelas que referimos no son siempre tan accidentadas, tortuosas y llenas de artificio como se ha dicho y repetido hasta la saciedad. Así, podemos prestar atención a la historia que efectivamente se narra; o bien abrir el imponente volumen en cualquier punto y dejarnos envolver por esa fiesta de disfraces por la que deambula Milalias; o sumergirnos en la desmesura de los juegos lingüísticos de los que Herr Narrator es maestro; o incluso asomarnos directamente al final para detenernos en alguna de las «Notas de la almohada» pergeñadas por Babelle: recuento de algunas de las peripecias y pintorescos personajes con los que los protagonistas se van encontrando (y que luego podemos jugar a situar en alguna de las fotos o en el mapa de Londres que forman parte del cuerpo textual).

La filósofa Jeanne Hersch, en un ensayo titulado precisamente Fêtes, hacía una distinción entre las fiestas, obras de arte «cuya materia es un fragmento limitado de tiempo», y los carnavales, las orgías o las bacanales, «liberaciones más o menos salvajes, en las que estallan las fuerzas que la cultura no ha sabido utilizar, ni conformar; que no ha sabido domar, sino sólo mantener violentamente en reposo mediante el poder y la amenaza». Pues bien: Larva sería, al mismo tiempo, fiesta y carnaval, orgía y bacanal, en un baile de textos, referencias y tradiciones. Quizás se dé así en Larva esa extraña intersección entre la «fiesta» de la escritura, «preparada larga y cuidadosamente», cuya «prodigalidad […] no es más que el deseo loco de transformar la duración en alimento para esta llama» que «quema y se consume», y el carnaval, la orgía y la bacanal del verbo donde «potencia y pasión son, allí, prosa, suspiros y gritos, sílabas balbucidas de la vida primitiva». Así quedaría probado de hecho que, más allá de la fiesta que Larva también es, el carnaval, la orgía y la bacanal también pueden ser poesía.

Aunque quizás la gran lección que podemos extraer de Larva sería que la lectura, la escritura y la crítica también pueden ser una fiesta. Una fiesta que, en España, quedó aplazada durante décadas por la cerrazón y el enclaustramiento de un estado de cosas que aún hoy deja sentir su influencia.


Julián Ríos y las metamorfosis de una escritura plural I Edición de David Torrella Hoyos, Max Hidalgo Nácher y Mario Martín Gijón I ISBN: 978-84-17231-43-9 I Thema: DSBJ - DSK - DSBH I 398 págs.


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