Despedimos a Francisco J. Uriz, generoso amigo, traductor y autor


Iniciamos el año 2023 con la triste noticia de la desaparición de Francisco J. Uriz, amigo, autor y traductor, con el que tantos desvelos editoriales hemos tenido y con el que estrechamente hemos trabajado durante tantos años.

Los inicios de nuestra relación con Francisco J. Uriz se remontan a su vinculación con nuestro editor Raúl Herrero y a sus primeras aventuras editoriales. En el libro Viaje a Estocolmo, de nuestro editor, se recogía la intervención de Uriz en el centro Cervantes de Estocolmo, en verano de 2021, donde este relataba el comienzo del trabajo entre ambos. De ahí extraemos este fragmento:

En 1988 se inicia la Casa del Traductor, que tiene un impacto especial en las traducciones. Hjálmarsson era una persona que había pasado por la Casa del Traductor y que luego publicó El Innombrable. La traductora búlgara Rada Panchovska estuvo en la Casa y fue publicada por Raúl. Rada supone un caso especial, se trata de una persona que ha traducido desde Quevedo hasta Octavio Paz, pasando por donde quieran; una persona muy activa. Normalmente, a los traductores que venían a la Casa del Traductor les decía siempre: «Traed a vuestro poeta favorito». Y ella trajo a Nikolai Kanchev, Elisaveta Bagriana y Blaga Dimitrova, y también sus propios poemas. En las pausas de su traducción de Quevedo, nos metíamos, para descansar, en algunos de los poetas citados, y se nos fue creando un pequeño librito, que tradujimos entre los dos, y que publicó Raúl en lo que se llamaba entonces El último Parnaso, en una edición pequeñita y modesta. Luego dedicó un libro entero a Blaga Dimitrova que se llamaba Avegrafías. Más o menos en los años noventa yo había logrado convencer —porque si yo tengo algún mérito como traductor, tengo muchísimo más convenciendo a editoriales para que publiquen algunos libros—, decía que había convencido a la Diputación Provincial de Zaragoza, porque me había enterado de que había ayudas de la Comunidad Europea para este tipo de cosas. Y les propuse publicar, en una colección que tenían que se llamaba Veruela, a dos poetas: Erik Knudsen e Ivan Malinowski, no solamente conseguí eso, sino también la publicación de una antología de poesía albanesa y una colección de poesía aragonesa en albanés. O sea, que en el sentido de poder convencer a editoriales, creo que me merezco otro premio. […] Raúl ya ha contado cuales fueron nuestros primeros libros. Pero hay una antología de la que no ha hablado, que se titulaba Afinidades afectivas, de unas ciento cincuenta páginas y con textos de los cinco países nórdicos. Pero que se convirtió en un libro que se vendió bastante, ¿verdad? Cosa rara. Y es un poco la madre o el padre de la antología que presentaremos mañana [se refería a la antología Algunos de los nuestros]. 


Con Libros del Innombrable Francisco J. Uriz publicó las siguientes traducciones de poesía: Cinco poetas finlandeses (Edith Södergran, Elmer Diktonius, Gunnar Björling, Rabbe Enckell y Henry Parland), El espacio interior, La libertad del ocaso, ¡Préstame tu voz! y Revivir, de Kjell Espmark, Nada sucede demasiado tarde, de Magnus William-Olsson, Antología poética, de Gunnar Björling, ¡Crea, Creador!, de Elmer Diktonius, El poema nos recuerda el mundo y Trilogía del Hacedor de sueños, de Jan Erik Vold, La incierta nave del quizá, de Maria Wine, Tres poetas noruegos (Olav H. Hauge, Rolf Jacobsen y Ernest Orvil), Non Serviam y Diván del príncipe Emgión, de Gunnar Ekelöf, Inmigrante de mi corazón, de Benny Andersen, La historia de amor del siglo, de Märta Tikkanen, Poemas de octubre, de Lars Forssell, El poeta quiere que la poesía se abra al mundo, de Werner Aspenström, Y la palabra se hizo poesía, de Claes Andersson y Muerte, ¿dónde está tu victoria?, de Nina Malinovski e Iván Malinowski.
En colaboración con Juan Capel presentó la antología Veintidós poetas finlandeses y la novela TTT, de Henrik Tikkanen.
También preparó las antologías de poesía nórdica: Afinidades afectivas y Algunos de los nuestros (Un siglo y más de poesía nórdica). Además, de la selección de poesía sueca del siglo XX: Hojas de una historia.
A estas cabría añadir la selección de discursos El valor de la solidaridad, de Olof Palme, así como el volumen sobre el cineasta sueco Ingmar Bergman, de Jörn Donner. Uno de sus últimos trabajos fue el ensayo Traducir el alma, de Kjell Espmark, aparecido en coedición con la Institución Fernando el Católico.
De teatro publicó las traducciones de ¿Hay tigres en el Congo? y Mi semen es mío, de Bengt Ahlfors y Johan Bargum, así como las piezas de Per Olov Enquist: Para Fedra y De la vida de las lombrices.
De su propia autoría publicamos sus libros de poemas: Un rectángulo de hierba, Mi palacio de invierno, Cuaderno de Bitácora y Poesía reunida. También editamos su libro de teatro Decidme cómo es un árbol (con varias de sus piezas para la escena)  y su libro de memorias Accesorios y complementos.
Puede consultarse la lista completa y cada uno de los títulos en el siguiente enlace:


De Accesorios y complementos reproducimos algunos  fragmentos:

La dura realidad del traductor en el mundo editorial realmente existente.
Metido a medias en el mundo de la traducción, trabajaba en Suecia en la enseñanza y traducía por afición, no conocía la entonces miserable remuneración de los traductores en España, ni su inseguridad laboral, escasez de trabajo, etc. Esther Benítez y su apasionada y elocuente presentación de la precaria situación de los traductores en España me abrió los ojos y pronto la viví en carne propia.
Un instructivo incidente puede explicar mejor que muchos folios las condiciones de trabajo del traductor en su relación con el empleador. 
[…]
Marina y yo no empezamos bien la relación con Tusquets. Pero después, durante diez o doce años y miles de páginas traducidas, todo funcionó, gracias, sobre todo, al buen contacto que establecimos con uno de los editores de la casa, Juan Cerezo. Hasta que un día se torció. 
[…]
Así de sencillo. Como un limón que, exprimido, se tira a la basura. Cuando se habla de seguridad en el trabajo, un traductor entiende fragilidad del trabajo y se parte de risa. 
Y encima tiene que apechugar con el recurrente debate sobre la imposibilidad de su trabajo, sobre todo si traduce poesía. Se oye como axioma que poesía es lo que se pierde en la traducción. O la boutade: la mejor traducción es la no traducción. Pero cuando conversamos sobre la obra de Kostantin Kavafis, Gunnar Ekelöf, Vladimir Holan y Wislawa Szymborska —poetas que una persona difícilmente puede leer a todos ellos en el original— y decimos que hemos disfrutado o nos hemos emocionado leyéndolos, creo que es igual de legítimo, además de muy gratificante para el traductor, afirmar que poesía es lo que queda en la traducción.
Lo traducido, ¿es legible? ¿Placenteramente legible? Pues dejemos el papel de fumar en el librillo.

Traducción y edición.
El coste de la traducción encarece la edición en una cantidad que puede ser, sobre todo para géneros minoritarios (poesía) y editoriales pequeñas, disuasoria. Para salvar ese obstáculo se inventaron las ayudas a la traducción especialmente de los idiomas de ámbito restringido. Ahora prácticamente existen en todos los países europeos.
[…]
No soy traductor de encargos. Me invento los trabajos, traduzco lo que me gusta, casi siempre por mi cuenta y riesgo, pero, claro, no traduzco para mí. Quiero que mi trabajo llegue al público y para ello los propongo a editoriales. Considero que mi mayor mérito es haber descubierto y convencido a cuatro o cinco pequeñas editoriales de la conveniencia de publicar poesía nórdica. He guiado por el camino de las subvenciones a Pamiela, Ediciones de la Torre, Bassarai y Libros del Innombrable, pequeñas editoriales que en 10-12 años han publicado miles de páginas de poesía escandinava. La edición sin ayuda hubiese sido impensable.
Y he tenido buena experencia en general con todos estos pequeños editores. Así presentó Kepa Murua su relación como editor con un traductor:
«De esta relación profesional nació un respeto por mi parte hacia Paco Uriz, impulsado por la manera que tiene de concebir la literatura y por el método si cabe, de entender la traducción en su totalidad. Puedo decir que la seriedad, la humildad, la paciencia del traductor desbordaron mis previsiones como editor joven e independiente, acostumbrado a rodearme de francotiradores y otros aficionados hasta la fecha.
Lo hace tan bien que te lo cuenta como si nada. Es capaz de dudar cuando hace falta, de buscar una palabra hasta dar con ella, que creo que con él he aprendido de traducción y poesía sin darme cuenta. Es capaz de narrarte sus encuentros e historias con un autor o un libro, que estoy seguro de que he aprendido de literatura sueca sin apenas esfuerzo. Es capaz de trabajar tanto que he aprendido a no levantarme de la mesa hasta llegar al último punto o palabra del libro».

Una vez publicada ¿a quién llega?
¿Cómo se abren paso en el inabarcable alud de libros publicados los de las pequeñas editoriales? El escaparate o la mesa de librería les está casi vedado. ¿Ayuda la crítica? 
Ya a finales de los 70, comentando un día con Enrique Badosa las reseñas que me había pasado de Gunnar Ekelöf exclamé: «Pero si no ha leído el libro y este otro se ha quedado en el prólogo». Me sorprendió que no le sorprendiese mi indignación: Y me dijo: «Estamos pensando seriamente en hacer una reseña estándar para incluir en el ejemplar que enviamos al crítico para que sólo tenga que adjetivar con brillantez». Demoledor.
Tampoco es muy exaltante ver un día la reseña de una antología de poesía sueca de casi 400 páginas en la que se presentaban una treintena de autores desconocidos y encontrarse con que un tal Angel Luis Vigaray, con esa manía de reseñar lo que no hay, enumeraba veinte nombres que según él faltaban, en lugar de decir la suerte que teníamos de poder conocer a 30 poetas casi desconocidos.
En España se suele decir, con envidia, que no podemos conocer otras literaturas o que lo hacemos tarde. Yo soy escéptico.
Pienso que al español parece que le importa más decir lo poco que se puede leer, por no estar traducidos, de libros culturalmente indispensables que leerlos de verdad. En 1988, en un encuentro celebrado en París que reunía a traductores del poeta escandinavo más importante del siglo XX, Gunnar Ekelöf, comprobamos que, en aquellas fechas, el idioma al que estaba más traducido era el español. ¿Cuántas reseñas habían salido en España de aquellas traducciones?
Quizá este fuese uno de los motivos que impulsaron a la periodista, Ana Martínez, a escribir en el diario Svenska Dagbladet un elogioso artículo sobre nuestros (de Marina y míos) trabajos de difusión de la literatura sueca por los países hispanohablantes que el dibujante ilustró con este Quijote portador de una bandera con los colores suecos cabalgando a lomos de un caballito de Dalecarlia, el recuerdo turístico sueco por excelencia y la visualización más tópica y típica del país.

Sobre la invisibilidad de la traducción… ¿o del traductor? 
Elogiamos la traducción invisible, la que deja ver el texto original en su ser, sin modificaciones. Pero algunos lo han entendido como el traductor invisible, es decir el que no se ve en la sociedad de la cultura.
Hace unos años leí en una revista cultural: La editorial XX traduce la obra de NN —ni se mencionaba al traductor. Todavía no se ha generalizado el buen uso de colocar el nombre del traductor en la cubierta. Al parecer, en este mundo de diseño, los diseñadores van logrando su eliminación de la cubierta por el engorro que supone, y lo relegan a páginas interiores. 
En 1985 en la Feria del Libro de Buenos Aires yendo a pronunciar una conferencia sobre la importancia de la traducción en el campo de los intercambios culturales pasé delante de un stand donde ponía: El libro. Del autor… al lector. Me intrigó el significado de esos puntos suspensivos. Me dije ahí estamos los traductores, intermediarios entre autor y lector. Entré pero allí no encontré la palabra traductor: encuadernadores, diseñadores de cubierta, máquinas reproductoras, lectores de galeradas, oficiales, gráficos, etc. El traductor invisibilizado.
[…]
Si se trata de difundir el Quijote por el mundo no cabe la menor duda de que se extenderá más en traducción que en español. Es una suerte contar con la pléyade de hispanistas que afortunadamente abundan pero que por desgracia no merecieron siquiera una mención genérica en el discurso. La rutina de ningunear al traductor los invisibilizó.
En la difusión de la cultura española en Suecia he citado a Artur Lundkvist y no debemos olvidar a Lasse Söderberg, insustituible como traductor, inventor y animador de contactos, ni a Peter Landelius hoy uno de los grandes traductores al sueco de literatura española —La Regenta, Fortuna y Jacinta— y latinoamericana — obras de Julio Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa.

¿Dónde está el lector?
En un mundo en el que parece que lo único que se va a leer en el futuro es el código de barras en las cajas de los supermercados, el destino del libro y la lectura —que es nuestro campo laboral y nuestro pan de cada día— nos es vital.
Estamos tiranizados por el mercado. No hay excepción cultural que valga. Mercado, mercado, mercado y en él rige la ley de la oferta y la demanda. Sólo podremos sobrevivir si hay demanda, es decir, lectores.
En la Casa del Traductor de Tarazona, los directores de las casas europeas de traducción discutimos con un alto funcionario del Consejo de Europa sobre qué hacer para la difusión de la poesía y yo sostenía que, en estos momentos, las ayudas a la creación, traducción y edición, hacen que escribir, traducir y editar sea fácil. O al menos posible. Pero que la difusión de ideas y cultura sólo es sostenible si hay alguien que las reciba y las pague, el lector.
Sin él, podremos construir inmensos almacenes de libros, pero nada más.
Mientras no se empiece por la base, por la enseñanza de humanidades en las escuelas, toda labor es como arar en el mar.
Hay que empezar por el lector: construirlo, educarlo, conservarlo, mimarlo.
Y gritarle: ¡Leer es fiesta, hombre con libro!

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Francisco J. Uriz (23.12.1932-10.1.2023) nació en Zaragoza y se licenció en Derecho en la Universidad de dicha ciudad en 1955. 
Trabajó durante treinta años en Estocolmo en los campos de la enseñanza (en Skolöverstyrelsen —Dirección General de Enseñanza Media— y en Handelshögskolan—Escuela Superior de Estudios Económicos—) y de la traducción literaria.
Traductor oficial en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Suecia. 
Fundador de la Casa del Traductor de Tarazona.
Ha traducido del sueco al castellano y, en colaboración con traductores suecos, obras en castellano de teatro español e iberoamericano al sueco. También ha traducido poesía nórdica de poetas daneses, finlandeses, noruegos y, principalmente, suecos; y poesía de otras lenguas (esloveno, albanés, búlgaro, checo) a nuestro idioma, en colaboración con diferentes traductores. Con la ayuda del poeta sueco Artur Lundkvist ha traducido obras de poetas españoles y latinoamericanos como J. L. Borges, C. Vallejo, A. Hidalgo, Pablo Neruda, Blas de Otero, Miguel Hernández, Federico García Lorca, Rafael Alberti y Julio Cortázar, entre otros.
Aunque ha publicado varios libros de poesía (la mayor parte de ella recogida en Poesía reunida, en nuestra editorial) —sus poemas han aparecido en danés, sueco, polaco, turco, esloveno, albanés, rumano y búlgaro— y varias piezas de teatro (tres de sus piezas se han reunido en Decidme cómo es un árbol, publicado en Libros del Innombrable), Uriz se considera ante todo, traductor de escritores nórdicos. Ha traducido a prosistas de la talla de Torgny Lindgren, Ingmar Bergman y Artur Lundkvist, a dramaturgos como Strindberg, P.O. Enquist, Lars Norén y Jan Fosse, pero sobre todo a poetas —probablemente es la persona que más poesía nórdica ha traducido en el mundo—. Gracias a él podemos conocer la obra de Gunnar Ekelöf, Artur Lundkvist, Harry Martinson, Elmer Diktonius, Claes Anderson, Jan Erik Vold, Olav H. Hauge, Henrik Nordbrandt, Werner Aspenström, Maria Wine, Karl Vennberg, Klaus Rifbjerg, Göran Sonnevi, etc., presentados en amplias antologías. Traductor de más de 11.000 páginas y de alrededor de 200 escritores
A su círculo de amistades pertenecen intelectuales como Jesús María Alemany, Eloy Fernández Clemente, José Antonio Labordeta o Máximo Cajal, entre otros. Ha mantenido también contactos con García Márquez, Aleixandre o Neruda.
Ha visto premiada su actividad traductora en numerosas ocasiones: el Gobierno Sueco le concedió la medalla Illis Quorum en 1985; Bulgaria le concedió una arqueta de Plata por su obra Mear contra el viento; Tarazona le hizo entrega de la Cabeza de Judío y Zaragoza lo premió con la medalla de Santa Isabel. Ha obtenido además el Premio Nacional de Traducción en el año 1996 por el libro Antología de la poesía nórdica (en colaboración con José Antonio Fernández Romero, que tradujo la parte islandesa). En el 2008, el Gobierno español le hizo entrega de la Encomienda de la Orden del Mérito Civil. En 2012 recibió como reconocimiento a toda su trayectoria como traductor, de nuevo,  el Premio Nacional de Traducción. En 2017 el Gobierno de Aragón le otorgó el premio a la «Trayectoria en el Sector del Libro». En 2019 la Academia Sueca le premió con un galardón especial por su labor en la difusión de la literatura sueca.


Con el único deseo de rendir culto a la memoria de nuestro amigo depositamos en este lugar la presente información.





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