Así comienza… Camino de Sardes (Logos bifronte), de Clara Janés


 I

EL PINCEL DEL MUNDO

El ser humano siempre tiene que habérselas

de algún modo con la luz.

Wittgenstein

Según una tradición antigua el oro «crece» por influencia del sol. ¿Influirá también la luz en el «crecimiento» de la poesía? La luz es el único elemento visible e invisible y, sin duda, desempeña un papel importante no solo en el paisaje sino en sus moradores. Decimos «Suecia» y vemos bosques y nieve, acantilados abruptos sobre un mar inquietante, noches interminables y frío o días tan largos que progresivamente completan el giro, es decir, cuya luz llega a describir todo el anillo de las veinticuatro horas. Ese gran contraste entre luz y sombra vivido a lo largo del año despliega su abanico en la tierra, condiciona de un modo u otro  los movimientos de los animales, la intensidad de los colores en las plantas, el misterio de los bosques y del océano y permite adentrarse por ángulos y matices de visión particulares.

¿Qué es el amanecer cuando no hay amanecer?

La poetisa Edith Södergran, en su obra La tierra no es —en un poema escrito en septiembre de 1918—, hace hablar al alba:

Enciendo mi luz sobre el Atlántico…

Tierras incógnitas, orillas nocturnas 

despiertan ante mí.

Yo soy el alba fría.

Soy la diosa implacable del día 

envuelta en nebulosos velos grises

con el tenue relucir del yelmo de la mañana.

Ligeros corren mis vientos sobre el mar.

Mi tonante cuerno cuelga de mi costado, pero no anuncia

la partida…

¿A quién espero? ¿Acaso algún dios se ha disuelto en sueños?

El alba surge del océano. (ES 131).

Edith Södergran, de familia sueco-finlandesa, nació en San Petersburgo en 1892 y murió de tuberculosis cuando contaba 31 años (1923). Poetisa precoz y de amplia cultura, escribió su primer libro, Cuaderno de tapas de hule, cuando contaba 15 años. Debido a la multicolor atmósfera de su aprendizaje, dominaba varios idiomas (ruso, sueco, alemán, francés) y aportó precozmente a la lírica sueca rasgos estilísticos innovadores. 

Que el alba se centre en una espera, que no anuncie desaparición, que surja del agua como la misma diosa del amor, estos son los presupuestos, según intuye Södergran. Y, en efecto, el alba es amorosa, y, cuando el sol se eleva desde el mar enciende el agua, y cielo y tierra se aúnan pues no hay resistencia por parte alguna respecto a la luz. El agua es acogedora suavidad y mece la luz que se expande sutilmente minuto a minuto, y esta luz infunde ánima y despierta. «El sol en el agua es la sonrisa más íntima de la vida», observa Artur Lundkvist (AL 177).

Pero no es siempre así, la perspectiva cambia cuando se mira la luz desde el punto de vista de la noche. Entonces acontece impetuosa, nos dice el mismo Artur Lundkvist, y, en vez de hacerla surgir del océano, le otorga el valor del elemento marino: «La luz del alba rompió los diques de la noche y comenzó a inundar como un agua pálida el espacio y las alturas» (AL 217). Tal vez este ímpetu atribuido al amanecer se explica por el deseo de quien sufre de largos períodos de oscuridad.

En cualquier caso, el amanecer es ascensional. Enunciando los «levantes de la aurora», acuñó el gesto san Juan de la Cruz; es decir: se levanta el sol —como se levanta el ser vivo— y dibuja el umbral del día, el momento de dar el paso…

De los umbrales habla Lennart Sjögren, pintor y poeta, que vive en el norte de la isla de Öland, cuyo árido paisaje comunica un carácter ascético. Acostumbrado a mirar al mar, Sjögren transmite un mensaje de paciencia y fortaleza: «Espera por los umbrales, no te debilites», dice. Pero en vez de cantar el alba, se fija en las silenciosas noches de invierno, que le invitan a contemplar los murciélagos; y el mero pensamiento de la noche, que acarrea el negro, le lleva a una encrucijada y a la duda:

Cruce de caminos

Compara la noche con un carro negro

y la mañana con un coche caído 

pero qué imágenes cubrirán 

la duda que surge

en un cruce de caminos

como este

en el que un niño ciego guía

a un caballo de madera. (LES) .

Tras la noche hostil porque impide la visibilidad, la mañana también se presenta hostil porque, a pesar de todo, permite el error, el tropiezo, parece decir Lennart Sjögren, de modo que la elección no resulta fácil. Por otra parte, ¿qué significa ese niño ciego? ¿Acaso representa el tiempo, o el destino, que a su vez es un juguete inmodificable? El mismo paisaje, sin duda, es también un interlocutor, y el paso del día a la noche, atravesando el arco del ocaso, es siempre un reto.

No son caballos ni murciélagos lo que surge en los versos de Lasse Söderberg (Estocolmo, 1931), al hablar del cambio de luz, de su desvanecerse en la fosca, sino «la pantera de los sueños». Y la hora tampoco para él es benigna, pero no plantea el problema de la excelencia, sino que encierra venenosos propósitos:

Deja que el crepúsculo baje su visera 

y espolee sus ácidos.

Deja que la pantera de los sueños se bañe

en su mar de fuego revelado. 

Al caer la oscuridad 

se desmoronan los zócalos del claro de luna […].

Son, pues, «oscuras» las intenciones del sol al ponerse. Y posesivas. Prosigue Lasse Söderberg: 

Ojos pacientes contemplan 

las subterráneas bandadas de pájaros.

Son los ojos de los durmientes: 

ojos llenos de sombra. […]. (JJP 127).

En estos versos, la imaginación se mezcla con la erudición encaminada a incorporar las vanguardias europeas nacidas tras el paso postsimbolista de Mallarmé. «Cada intento de simplificar la poesía, de hacerla comprensible, es alejarla de su esencia que es expresar lo incomprensible y conjurar lo trivial con lo maravilloso» (JJP 110), escribió Lasse Söderberg respecto a sus primeros versos. 

La pantera se baña en fuego y las bandadas de pájaros son subterráneas —no hay que olvidar que nos hallamos en el campo de los sueños—. Así dice el poema al que pertenecen estos versos, que se titula «Al nacer la oscuridad». Acaso los pájaros —para el durmiente—, aunque se haga de noche, no pueden dejar de volar y, abandonando el elemento aire invadido por el negro y el frío, buscan una vía algo más cálida a través de las ondas de otro elemento: la materia terrestre. Estamos, pues, en una subversión completa que apunta a lo amenazador de la fosca. ¿Hasta dónde llegará este gesto?

Pero la materia terrestre emite sus vibraciones y entra en contacto con su entorno, el cual, si está sumido en la oscuridad, es temeroso porque la oscuridad no solo es fría sino falaz. En ella reside tal vez la serpiente, ¿de la lujuria? Sin duda, pues toda serpiente, en un punto, evoca la del paraíso. Artur Lundkvist incorpora el hecho y lo expresa de modo condensado y eficaz cuando dice que, a esta hora, las muchachas «pueden mirar la serpiente de fuego que se enrosca en la sombra de la noche» (AL 63). Así sorprende en el negro el fogonazo de un rayo. 



Camino de Sardes (Logos bifronte), de Clara Janés. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2020. ISBN: 978-84-17231-24-8.


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