ASTEROIDEA
Andrés Ortiz-Osés
Existe una sal redentora
que liga lo bueno y lo
malo:
(F. Nietzsche, Zaratustra)
La vida es un despliegue
terrestre
extrovertido
y la muerte es un
repliegue marino
introvertido
en busca del destino de
su alma en pena.
Mas su destino yace en
las estrellas
caídas y estrelladas
contra la tierra
de cuyo choque cósmico
nació el alma
humana
zaherida de brillo y
oscuridad nocturna.
El hombre es el efecto de
este cruce
el hombre y la mujer con
sus dos almas
buscando un troquelaje a
su collage
un colaje que encaje este
cruel cisco.
Quizá la clave apunta a
la estrella de mar asteroidea
que ajunta lo terrestre y
lo celeste en armonía
y disarmonía
que brilla oscura en el
fondo de las aguas
marinas
que originaron la vida
para luego anegarla.
La estrella de mar reúne
como el alma
el polvo de estrellas
celestes y la tierra
que le sirvió de
alunizaje telúrico
en el médium salubre del
agua que liga
los contrarios.
La estrella de mar es una
mezcla de animal
y mineral poroso con su
piel calcificada
un erizo que se eriza
como el alma humana
frente al cielo puro y la
impura tierra
y cuya simetría radial es
colorista
mas su cuerpo es tan
terso como terco.
Somos una estrella de mar
entre el despliegue
extrovertido
de la vida terrestre
y el repliegue marino
de la muerte inmortal.
El alma es nuestra
estrella marina
física fuera y metafísica
adentro
brillante y dura vibrante
y tierna
como una esponja que se
esponja
y desponja.
El alma es nuestra
estrella marítima
luminosa y oscura blanda
y dura
entre el supramundo y el
inframundo
al borde de un misterio
sin velos.
Al borde de un enigma
secreto
que secreta y decreta
nuestro sino
interior
y que ajunta entre sus
aguas madres
el aire del empíreo y el
fuego de los ínferos
llámese hades, sheol o el
mismo infierno.
Salve, estrella matutina
y vespertina,
que nos despiertas del
sopor del sol
y adormeces en un claro
de luna
nuestro furor con tu
fulgor de Iris
y las irisaciones de un sentido
íntimo
y abierto.
El alma es nuestra
frontera y límite
entre la vida afuera y la
muerte adentro:
una estrella salina que
liga la eternidad
y el tiempo
la eternidad azul y el
tiempo ralo.
El alma es nuestro
asteroide o figura
estelar
entre lo divino y lo
demónico:
nuestro duende interior
ambivalente
y fluctuante
nuestra estrella
estrellada entre el espacio
ancho y un tiempo
estrecho y recluido.
El alma es nuestra
estrella estrellada
en la tierra y caída
hasta el fondo del mar
donde adolece
el resplandor de una luz
sometida a cálculo
y medida
atrapada por un caparazón
que le subyuga
el corazón
y atrinchera su pulso y
su pulsión
ante el abismo de la
muerte eterna.
El alma es nuestra
estrella sumergida
y erguida en medio de la
mar-madre
nuestra consciencia
terrena emergiendo
de su inconsciencia
marina
nuestra inconsciencia
haciéndose consciente
hasta arribar a la
supraconciencia anímica
del hombre
atribulado por su vivir
anémico.
El alma es la estrella de
nuestro mar interior
al que los germanos
siguen llamando See-le
y los latinos ánima o
aliento húmedo:
el que perdura hasta su
exhalación cósmica
que lo devuelve al
nada-todo que llamamos nirvana.
Nuestra alma es el punto
de encuentro
entre el espíritu
encarnado y la materia
sublimada
el cruce de la vertical y
la horizontal
la pasión y la cruz de la
vida y de la muerte:
el alma es de algún modo
todas las cosas
decía Aristóteles
el todo y la nada que lo
ahueca y conciencia
la nada y el todo que la
articula y funde
fundando así el ser junto
a la nada
refundando así la nada
junto al ser
como sugirió Heidegger
aunque olvidando
que el ser flota
marítimamente sobre
la nada
y la nada reflota
marinamente sobre el ser
así amortecido o
amortiguado por un no-ser
que sigue empero siendo
anímicamente.
El alma es la clave y
solución del gran enigma
ya que es el ser que no
es y el no ser que es:
entitáculo anímico, agua
salina o aliento húmedo,
estrella de mar y amor de
los contrarios: alma
del mundo.
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