Así comienza y fragmentos de… TTT, de Henrik Tikkanen




Así comienza el prólogo.


Los Tikkanen, Henrik Tikkanen y Märta, de soltera Cavonius, fueron una de las parejas de artistas más conocidas de Finlandia en la década de 1970: él, periodista, novelista, dibujante, enfant terrible, bebedor impenitente, machista; ella, periodista, novelista, luego poeta, y feminista conocida. En un principio, él fue la estrella de la pareja.
Cuando se conocieron ella tenía 21 años y él once más — además estaba casado. Ella cuenta así el flechazo entre la joven recién llegada al periódico y el prestigioso escritor y dibujante: «Habíamos hecho juntos un reportaje, apenas un par de horas, y antes de salir del coche en el que regresábamos al periódico me preguntó: Si no estuviese casado, ¿te casarías conmigo? Por muy estúpida que pueda parecer, me puse seria un instante. No tenía elección. Sí, le dije». Se casaron en 1963. A mediados de los 70, Henrik publicó los llamados «libros de las direcciones», una serie de cinco novelas  autobiográficas de gran éxito. Una descripción satírica,  en un idioma deslumbrante, de la vida de las clases altas de la minoría sueco-finlandesa en la que se había criado. En la tercera, Mariegatan 26, aparece una persona a su lado casi marginal, ama de llaves o algo así, su esposa. En la narración, un personaje secundario, casi invisible.
Por las mismas fechas, Märta tuvo un gran éxito con la novela Los hombres no pueden ser violados (1975) de la que vendió 80.000 ejemplares y Jörn Donner trasladó al cine. Con ello se convirtió en la bestia negra del conservador establishment finlandés. La deprimió el que no se pudiese dar en su país la visión femenina de una violación. Todo lo superó gracias a la entrevista que le hicieron en la prensa sueca y que la catapultó a la fama. Märta publicó en 1978 un  poemario, La historia de amor del siglo, con una visión de su matrimonio que, obviamente, no coincidía con la que había dado su marido en Mariegatan, 26. […] A pesar de que él la empujó a publicar La historia de amor del siglo, no le debió de gustar mucho porque, un año después, Henrik escribió TTT, su versión del matrimonio, versión que ya había dado en la novela  Mariegatan 26, y que al parecer no le bastó.



Francisco J. Uriz

Así comienza… TTT

Se preguntaba si su vida era lo que se decía un destino artístico.
Es decir, si lo había sido.
Porque ahora era lo que era.
El médico le había dicho que estaba obligado a no pasarse de la raya o sucumbir.
Claro que eso lo haría tarde o temprano, en cualquier caso mejor después que antes. 
Sus anhelos de autoinmolación eran pamplinas. Pocos hacían más que él para mantenerse vivo.
Y también para sacarle a la vida el mayor provecho posible.
Por eso fue por lo que surgieron algunas complicaciones, las alegrías no eran siempre saludables. Y a la inversa. 
La mesura nunca fue su virtud.  
La mesura no es ninguna virtud en modo alguno, para la mayoría es una necesidad por razones varias. Entre artistas por motivo de escaso talento. 
No porque estuviera tan seguro de su talento. 
No en vano había producido un buen número de obras. Demasiadas en realidad. Debido a que era aplicado y a que se había visto obligado a vivir del arte, o lo que fuese lo que hacía.
Además le gustaba el trabajo. 
En realidad era tan asquerosamente divertido que se asombraba de que le pagaran por ello. 
Tampoco es que al principio fuera tanto.
Además, no es bueno que al principio sea tanto. Ni el dinero ni el éxito.
Eso pasa factura.
Sólo se está maduro para el éxito, o como quiera que se llame, cuando uno pierde la ilusión. 
Premios, becas, fama y redactoras de revistas femeninas.
Tenía un amigo que se tiraba a todas y cada una de las periodistas que lo entrevistaban, pensaba que así escribirían mejor de él.
Y así fue, ninguna le tachó de cerdo machista, una expresión entonces de moda.
Pero Tott era un cerdo machista.
Tor Torsten Torsson.
Firmaba sus cuadros con tres mayúsculas. TTT.
Cuando estuvo en Sicilia, poco después del final de la guerra, en todas las casas se leía DDT. Los americanos, los liberadores, libraron a los sicilianos de piojos y de Mussolini.
Pero no de fascistas, claro. 
Ni tampoco del bandolero Giuliano. Este quiso convertir a Sicilia en el cincuenta-y-no-sé-cuántos estado, el que fuera, de EE UU.
DDT era en definitiva la rúbrica que aparecía por toda Sicilia.
Él, Tott, había pensado rubricar el mundo entero con TTT. 
Por supuesto que no fue así. 
Pero en cualquier caso, considerando las circunstancias, le fue bastante bien. 
Considerando que siempre hay que moderar los alocados sueños de juventud. Eso se entiende cuando uno ha cumplido cincuenta años.
Cuando aprietan las pesadillas.
¿Qué oponer entonces? 
Algo a lo que se pueda apuntar.
No que uno sea tachado de cerdo machista, borracho, putero y exhibicionista.
Exhibicionista.
¿Qué coño había exhibido?
Si en verdad lo hubiera hecho le habrían calificado de santo.
¿Por qué no?
Había tanta santidad en él como en cualquiera. El resultado sólo depende de las circunstancias.
Ignacio de Loyola fue un tarambana antes de hacerse santo. Al menos era lo que él creía.
De la misma manera podía afirmarse que fuera un tarambana y no otra cosa por haber sido una vez un tarambana. 
En fin, el público adora a santos y tarambanas. 
Los artistas tienen que ser tarambanas. A los santos nada se les ha perdido en el mercado del arte.
La bondad no vende.
Ni el demonio sabe si está a la venta. O si es que existe a fin de cuentas. 
Anne, su esposa, afirma que la bondad existe.
Bueno, no lo dice así.
Ella cree en el optimismo. En el progreso. En la solidaridad. En el bien común. En el socialismo.
Y en el amor.
Y claro que él la amaba.
Eso podría ser algo que oponer.
El amor lo supera todo.
Así era, sin duda, esperaba que fuera así. 
Ella fue su destino, funesto en todo caso.
¿Puede ser una mujer el destino de un artista? ¿El destino artístico de algún otro? También ella era su propio destino artístico. Escribía libros. Sobre su destino.
Él fue su destino. Lo fue poco a poco. Ella, de vez en cuando, también lo llamó amor. Pero a menudo su destino tuvo otros nombres menos gratos.
Él, a buen seguro, había sido un suplicio para ella.
Ahora no podía detallar de qué manera, tampoco lo sabía, nadie sabe qué destino es para otro.
Mejor así. Pero el médico le había dicho que debía intentar repasar toda su vida desde el principio hasta el final.
A su edad, todo tendía fácilmente a convertirse en autodefensa, los cincuentones creían que debían pedir perdón por todo para poder seguir existiendo. Vivían, por así decirlo, preparándose para cumplir con los requisitos éticos de un asilo de ancianos. Sólo los vejetes abnegados iban a poder tomar café con pastas.
Pero no había llegado tan lejos, no pensaba llegar nunca.
Si no podía rubricar el mundo, al menos podía rubricar todo nuevo día. TTT.
A excepción de sus períodos etílicos. Esos no los rubricaba. Los olvidaba y los archivaba. Al menos era lo que intentaba. 
Pero no resultaba tan sencillo cuando Anne se los recordaba.
Estaban vinculados a su destino artístico. La bebida iba aparejada a todo destino artístico. Así era y así fue en los casos de Van Gogh, Modigliani, Noman Mailer, Hemingway, Steinbeck, todos.
Él, Tott, incluía a artistas y escritores, borrachos todos, porque él mismo escribía y pintaba, una vez borracho siempre borracho.
Un borracho, paisano suyo, fue galardonado con el premio Nobel. No por bebedor sino porque la segunda guerra ruso-finlandesa proseguía a todo gas y el premio fue una especie de aportación de la Academia Sueca a la guerra.
No es que el galardonado fuera un mal escritor, pero el premio fue, sin embargo, una medalla en el pecho sangrante de Finlandia. 
Luego cambió todo, todo fue cambiando cada vez más, y los rusos empezaron a obtener el premio Nobel. Se lo dieron a Pasternak y Shólojov, el uno por estar a favor y el otro por estar en contra, como si ambos se excluyeran. Al margen de los motivos por los que les galardonaron, el premio les supuso un infierno. Excepto a Shólojov, que siguió bebiendo en su aldea natal a orillas del Don. Fue el mejor artista de todos ellos por ser el que más bebía y por no permitir que nada le alterara. Ni siquiera lo que se decía de que él no había escrito sus propios libros. Y qué, su nombre figuraba en la cubierta, él había firmado la obra. El libro era suyo, el país era de Stalin. La firma de Stalin fue borrada, pero la de Shólojov, que fue obra de Stalin como lo fueron Jrushchov, Bulganin, Voroshílov, Molotov, Malenkov y Bréznev, permaneció. El DDT. Sólo un poco de DDT.
Pero, por lo demás, todo prosiguió como antes.
Los destinos humanos eran como los de antes. Tristes.
Anne creía en el socialismo.
Él también había creído, tal vez aún creyera. No sabía muy bien cuál era el sentido de su existencia. 
Quizá los artistas carecían de ideas, sus vidas no eran vidas reales, sólo un destino, cualquiera que fuera.
Nada de cadenas de montaje, nada de sembrados apestados de boñigas, nada de talar troncos, nada de fichar cada mañana, nada de pagas en sobre cerrado para no dar envidia a los compañeros, para que ellos no te dieran envidia a ti.
Tott trabajaba solo y no sentía envidia de nadie, había decidido carecer de motivo para ello. Era mejor así. La envidia se debía a la falta de autoestima y la falta de autoestima no produce arte alguno. Los artistas envidiosos no son artistas, sólo son envidiosos. Nunca marcharía con ellos, codo con codo, tras una bandera ondeando al viento.
¿Dónde estaba la bandera de los solitarios?
Él, Tott, sí que había marchado. Durante cuatro años. Siendo uno entre tantos, entre muchos. Se había acercado al pueblo y había compartido el sudor de sus pies. Había compartido su miedo e indecisión, y habían vivido juntos inolvidables peripecias. Había experimentado cómo el odio y el amor cambiaban su sitio en el corazón, empezó a odiar lo que había amado y viceversa.
Eso pasa en el matrimonio, pero entonces se trata de seres vivos, en la guerra se trataba de entes abstractos como patria, heroísmo, dios, la fortuna de papá, las leyendas del Alférez Stål, el futuro y el sentido de la vida, y el sinsentido. 
Salió de la guerra con un solo deseo, vivir. Consideró que era su maldito deber por haber sobrevivido a la guerra. Vivir totalmente. Como la guerra total.
Total fue la vida de Van Gogh. Sólo un artista podía vivirla así. Por eso Tott se hizo artista. 
Al menos eso fue lo que creyó.
Qué otra cosa iba a ser con unas notas pésimas del bachillerato, un talento inclasificable y una fuerte aversión a verse forzado, una vez más, a la subordinación, a ser vasallo. 
Quería ser señor.
Un halieto que flotaba en el cielo con alas inmóviles, mirando abajo, al abismo bullente. 


TTT, de Henrik Tikkanen. Traducción de Juan Capel y Francisco J. Uriz. Prólogo de Francisco J. Uriz. (Libros del Innombrable. Zaragoza: 2013). ISBN: 978-84-92759-59-0

Sobre la obra:

Sobre el autor:

Comentarios