De héroes y virus, de Andrés Ortiz-Osés



Andrés Ortiz-Osés fotografiado por Luis Vidal

Desde Libros del Innombrable ofrecemos a nuestros lectores este texto inédito de nuestro autor y amigo el filósofo Andrés Ortiz-Osés, que recibimos hace un par de días, y que reproducimos con su permiso.


DE HÉROES Y VIRUS,
Andrés Ortiz-Osés


Para muchos la canción «Resistiré», del Dúo Dinámico, con letra de Carlos Toro, sería como un himno vital frente al coronavirus, ya que ofrece una resistencia fuerte en tiempos débiles. Sería la visión propia de un héroe juvenil que se enfrenta al virus viriloidemente: erguido, en pie, jamás me rendiré. Se parece un tanto al otro himno de M.Benedetti «No te rindas» en el que se versiona una beligerancia taurina contra el toro del mal, aunque ahora ya se inmiscuye el amor de por medio. Sintomáticamente «Resistiré» se inspira en el lema de Camilo J.Cela «el que resiste, gana», obviando que el que resiste gana si no tiene desgana, hasta que finalmente desiste y pierde inexorablemente como todos.
Esta posición de resistencia activa es típicamente heroica y combativa, contrastando con la posición más implicativa de asumir o encajar el mal lo menos mal (lo mejor posible) para su positivación o mejoramiento. Si resistir es más juvenil, asumir es más senectil en su mejor sentido de madurez, pero tiene que tratarse de una asunción crítica y no de una mera aceptación acrítica. Y bien, ante el virus el grupo más significativo de riesgo es de los mayores con problemas (y qué mayor no acumula problemas desde su juventud). Por eso propongo para este grupo una revisión de la letra de «Resistiré» trocándola en «Asumiré», más acorde con la débil condición de nosotros los mayores: Asumiré, sentado o ya acostado, me volveré de yedra para amortiguar la hiel: asumiré para poder dormirme en paz perpetua y su trasluz de miel.
En este sentido me gusta más el poema de Miguel Hernández «Tres heridas», en el que se rinde a las tres heridas fundamentales de nuestra existencia humana, precisamente para rendirles paradójico homenaje: la herida de la vida, la herida del amor y la herida de la muerte. Son heridas abiertas que nada ni nadie puede ni debe cerrar. Precisamente en estos días de amarre y encerrona en casa, he encontrado un escape entreviendo en nuestra televisión el programa First Dates. Se trata de una cena y diálogo entre personas a la búsqueda de una buena relación amorosa; el programa es popular pero no populachero, y está coordinado por Carlos Sobera, quien estudió y trabajó en mi Universidad deustoarra o deustense de Bilbao, en la que profesé como antropólogo cultural tratando de re-mediar entre los unos y los otros.
Lo más curioso del programa es que los invitados no van a dárselas en general de algo, aunque hay de todo, sino a buscar o encontrar a alguien en una especie de simposio no meramente platónico. Los participantes no se resisten pues a la herida abierta de la vida y del amor, sino que la asumen dejándola abierta y supurante, conscientes de que la vida es miel y hiel, la cual encuentra su último contrasabor en la muerte. En vano podemos ni debemos revestir la hiel con miel, aunque tampoco viceversa, ya que ante la vida hay que resistir, de acuerdo, pero con una resistencia más bien pasiva o asuntiva, propia de un heroísmo antiheroico. Traducido a nuestra situación, ello significa que nuestros sanitarios no tiene por qué ser héroes, aunque lo sean; ni los mayores tampoco tenemos por qué ser héroes, aunque lo seamos. Los mayores ya hemos vivido fundamentalmente, y sabemos que la luz de la vida implica la sombra de la muerte. Por eso al amar la herida de la vida, deberíamos proyectar una lucecita de amor a la misma muerte, divisada como la paz perpetua tras tanta lucha por la propia vida. Por cierto, desde esta perspectiva, todo suicidio puede aplazarse indefinidamente, puesto que la propia vida acaba muriendo.
Ha dicho el Rey que el coronavirus es un episodio temporal, y uno teme que tras el episodio maligno volvamos a las andadas del capitalismo global, con su competitividad, agresividad e insolidaridad. En fin, resistiremos y asumiremos ahora, juvenil o maduramente, esta cruda situación y esta etapa de confusión interpersonal. Pues como decía el filósofo, la persona es ella y su circunstancia, y para salvar aquella hay que salvar a esta so pena de fenecer. Una cuestión altamente pertinente en el contexto, aún carente de medios, que rodea al curso dracontiano del coronavirus.
Andrés Ortiz-Osés




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