Así comienza… Contra el Ser, de VV. AA.



Prólogo, de Alejandro J. Ratia: «Alfabetos imperfectos» (Fragmento).



Uno de los relatos de Sakkara, el libro de Teresa Garbí, concluye con este diálogo:
— Estaba aquí, en el borde del sendero —te digo.
—Sí —me contestas—. Todo está siempre al borde del sendero.

Lo que encuentran allí los personajes es una geoda roja, abierta, una de esas piedras que contienen dentro de sí una cueva en miniatura, llena de cristales. Una piedra que puede considerarse mágica. El que todo esté siempre al borde del sendero es la sabia constatación de una obviedad. Una de las muchas obviedades que se olvidan. Todo está también al borde del lenguaje. El caminar puede ser un equivalente bastante aproximado del conocer, y el campo de conocimiento puede imaginarse como una extensión bidimensional, un mapa desplegado ante los ojos, siendo la visión cenital del mismo muy semejante a una ilusión. En un poema de Luis Moliner —de los que se incluyen en este libro colectivo al que intento poner prólogo— se buscan equivalentes del camino en términos diversos: en el cuerpo «apegado a la tierra», en el río «próspero y laborioso, antes de ser frontera», en «el humo blanco alzado por la gran chimenea»,
El camino es modo y símbolo del conocimiento. El contacto real con el mundo se produce por la mediación de los caminos, incluso cuando nos parece que los abandonamos, puesto que lo único que hacemos así es abrir otro, siendo el espacio entre dos caminos, viejo y nuevo, tan imposible de explorar con exhaustividad como las infinitas páginas escondidas entre dos páginas cualquiera del Libro de Arena, esa paradójica invención de Borges. Las noticias del mundo se parecen a las que obtiene del mar quien pasea por una playa, y curiosea lo que han arrastrado las olas a la orilla. Entre los libros de estampas que produjo Utamaro, tal vez el más bello sea el de los Regalos de la marea baja. En sus dobles páginas, la caligrafía llueve sobre un catálogo de conchas y de algas que se alinean en la parte de abajo, y que parecen establecerse como otra escritura objetual. Una escritura en la linde, al borde del camino nuevamente. El dibujante o el escritor pueden dedicarse a «y andar por esas sendas era conocimiento, geometría viva que sustentaba al mundo».

Transcribir estos mensajes que afloran al hilo de sus pasos, y hacer llover sobre ellos, en paralelo, una narración del propio transitar por los caminos, que debe entenderse como toma de conciencia del hecho mismo de crear, de dibujar o de escribir. En las narraciones de Teresa Garbí, suelen aparecer caminantes, también en Ser de tierra —su contribución a este libro— y suelen ser caminantes que van fijándose en lo que encuentran a su paso. Así es como comienza El bosque de Birnam: «Ella camina por el bosque con su perro». La compañía del perro añade una curiosidad todavía mayor por cualquiera de los accidentes del sendero, que nunca son intrascendentes. «El perro mira a los bichos a ras de tierra: hormigas, ciempiés, caracoles, lagartijas, babosas…». Una mirada parecida a la de Utamaro hacia su playa.


Una colección de detalles.





Contra el Ser, de VV. AA. Edición y prólogo de Alejandro J. Ratia. Con obra plástica de Charo Pradas, Gonzalo Tena y Luis Marco. Con textos de Teresa Garbí, Francisco López Serrano y Luis Moliner.  ISBN:  978-84-17231-14-9. Libros del Innombrable. Zaragoza: 2019. 



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