En memoria de don José María de Montells


Don José María de Montells


Hoy 17 de octubre de 2019 ha fallecido a los 70 años de edad don José María de Montells y Galán al que conocimos por medio del escritor y pintor Antonio Fernández Molina en los lejanos años 90 del pasado siglo.  Además de un amigo, de las conversaciones, de los libros que iban y venían, don José María de Montells fue uno de nuestros autores; persona escrupulosa, en el mejor sentido, buen amigo, atento y dueño de un inquebrantable entusiasmo.


Nacido en Madrid el 19 de enero de 1949. Licenciado en Historia, Doctor en Ciencias Empresariales y Diplomado en Heráldica, Genealogía y Nobiliaria. Heraldo Maestre de Armas de la Casa Real de Georgia. Juez de Armas del Gran Priorato de España de la Orden Militar y Hospitalaria de San Lázaro de Jerusalén. Antiguo Asesor Heráldico de la Comunidad Autónoma de Madrid y vocal de su Consejo Regional de Cultura.


Fue director de publicaciones del Colegio Heráldico de España y de las Indias, del que fue Numerario y Fundador. Miembro de  Número de la Academia Belgo-Española de la Historia, de la Academia Portuguesa de Ex-Libris y de la Academia de Genealogía, Nobleza y Armas Alfonso XIII. Secretario de la Academia Internacional de Nuestra Señora de Monte Carmelo; Correspondiente de la Asturiana de Heráldica y Genealogía, de la Real Mallorquina de Estudios Genealógicos, Heráldicos e Históricos, del Instituto Balear de la Historia, de la Academia del Vino del Reino de Valencia, de la Academia de Ciencias de México, de la Academia de Artes y Ciencias de Puerto Rico, de la Academia de Artes y Letras de Portugal y de la Sociedad de Geografía de Lisboa, etc.

Editor de varias revistas (Poliedros, La Galera Barbuda, Doña Berta) dirigió la colección «Las patitas de la sombra» de libros de poesía. También dirigió Atavis et Armis y Colegio de Armas, publicaciones ambas del ámbito caballeresco. 


Conviene mencionar su relación con la poesía experimental y su labor en este ámbito como director de la editorial Parnaso 70 y, por tanto, de las publicaciones y libros experimentales que de allí salieron.

Entre sus obras destacan: Elenco de Órdenes de Caballería, Tesoro Ecuestre, Las ordenes dinásticas de caballería, Registro de Órdenes de Caballería del Reino de España, Catálogo de Ordenes Extranjeras en España y el Repertorio de Instituciones Caballerescas en el Reino de España, todas ellas escritas en colaboración con Alfredo Escudero. Como poeta destacaremos de sus obras más recientes: La suerte suprema (Col. Islas del recuerdo. Ed. Corona del Sur. Málaga. 2007) y si escribiese tu nombre (Cantos de sirena, colección de poesía. Ed. Palafox & Pezuela. Madrid, 2008). Conviene no olvidar su imprescindible El diccionario del diablo (Bendita María, 2012).


En Libros del Innombrable publicó los poemarios: La cabeza contra el muro y otros poemas (2002), con prólogo de Fernando Millán y grabado de Antonio Fernández Molina para la edición especial numerada de 25 ejemplares, el asalto al palacio de invierno (2004) y Todos mienten (2012). También vieron la luz en nuestra casa algunos libros misceláneos que incluían narraciones junto a  textos de difícil clasificación: Volver a Ruritania [Para una lectura de lo hermético] (2006) y Lo nunca visto [Guía de lecturas] (2010). Quedó pendiente una antología de su poesía que esperamos vea la luz lo antes posible.
También recuperamos su texto «Cae la nieve en el centro del verano» en el volumen, que compilaba artículos y entrevistas dedicadas a Antonio Fernández Molina,  Hablando de A. F. Molina (2017), edición de Ester Fernández. Este texto de Montells apareció previamente como prólogo al poemario póstumo de A. F. Molina: Nada sucede luego (Colección Las patitas de la sombra, Madrid, 2005).





En el prólogo de su poemario Todos mienten  leemos:


Y es así como se destaca la figura del doctor don José María de Montells y Galán, formado mediante de estudios superiores, que luego ha sabido ampliar y diversificar hasta alcanzar una envidiable interdisciplinariedad: historiador con fundamento bien acreditado en varios miles de difundidas —y denostadas, y plagiadas- páginas, escritor fino y hasta poeta memorable— nunca olvido aquellos versos dedicados a memorar al Papa Luna, cuando meditaba en la penumbra su condición sombría.
Pero Pepe Montells, permitidme la familiaridad, es mucho más que eso, es un amigo excelente, un dandy, un verdadero esteta, un finísimo humorista que sabe reírse de todo, y en primer lugar de sí mismo —que es la condición principal e inexcusable en quien posee sentido del humor—.
El hombre superior transforma cualquier ámbito de cuanto emprende. La proyección de la personalidad de Pepe Montells es tan fuerte que mejora a quienes tenemos la suerte de gozar de su trato y perfección con su desvelo, con su obra y su servicio a la sociedad. Su espíritu selecto —y ese afán por lo selecto se destila en sus obras— huye de lo vulgar, de quienes aceptan su condición ágrafa y sombría. A quienes le atacan, le copian o le plagian, Montells no les desprecia, les ignora con una suprema elegancia que yo envidio mucho.

Alfonso Ceballos-Escalera
Vizconde de Ayala y Marqués de la Floresta








A continuación recordamos algunos textos del autor publicados en Libros del Innombrable:

Misterio


Voz que ataba una isla
Paso que abría las sombras enterradas
Ágiles caderas siniestras incendiarias
Estercolero hueco con sus cabellos negros
Espeluncando palacios conyugales
Legalizando la licitud del verdugo 


Un sollozo en el Orient Express/

De La cabeza contra el muro y otros poemas





Plus ultra

Al pavoroso tacto de lo intacto
Al aire sacrosanto de lo vano
Al intacto pavoroso de tu gozo
Intuyo lo que es tuyo lo que dejas
Huyo despavorido apabullo pavesas
Desgrano de las ruinas lo encendido
Concluyo con lo negro con lo hendido
Para que guardes mi imagen en tus lentes
Para que atisbes desiertos transparentes
Para que vayas al abismo del abismo
Y en tu abisal estancia me des muerte/
Que levantes tu losa de tal suerte
Que vivas en tu muerte redimida
En el gélido sueño de tu herida
Allá 
Más allá/

Que al sacro aletear de la inocencia

Vivas/


De el asalto al palacio de invierno





Breve noticia de la preparación del dragón en la cocina clásica

No es cierto que la carne del draconígeno no pueda comerse. Alfredo Escudero que es entendido en paellas, malicia que los chinos algo habrán inventado para cocinarle, sin intuir que fueron los homéricos los que primero lo probaron: el dragón está en el recetario desde que Afrodita supiese, por la reacción de Apolo, sus propiedades en la cama. 
Es público y notorio que el dragón, para defenderse del caballero de la Cruz Bermeja, escupe fuego por su bocaza. Un fuego interior que habita sus entrañas. 
Se sabe por don Gaiferos, que fue el primero en matarle y dejó relato de la fazaña suya, que su carne deliciosa tiene un regusto a la del équido. Y que su aliento ígneo se transmite al hombre, si hay buen diente. 
Ese fuego pasa, en virtud de los humanos jugos, a nutrir el bajo vientre. Calienta la bolsa testicular de tal manera que el que haya ingerido la carne del monstruo, siente una grande urgencia de encamar con hembra, por descargarse de su quemazón. Todo esto está en Homero, al que hay que saber leer, porque pasa desapercibido.
Le pasó a don Gaiferos de la Isla Perdida. Mató al fabuloso, comió su carne cruda y, al poco, el ardor de la parte le conmovió de amores. Se hizo necesario, entonces, regar el jardincito de la Doncella de la Blancas Manos y, fuese de tal forma vencedor, que la dama quedó extasiada de por vida. 
Estas nuevas tan extraordinarias llegaron al Olimpo y los dioses se quedaron con la copla. Por probar la música, hubo gran mortandad entre dragones, que todo caballero de la Tabla hundió su lanza en escamoso lomo. 
Afrodita supo pronto las excelencias de la dragante carne. Por someter a Apolo a su dictado, urdió agasajo: le daría de comer el dragonante. Pero cocinado, para que no reparase en el ardid. El almuerzo está en las crónicas del Olimpo, por los celos de Zeus, que despertó el rayo. Y eso que Afrodita hizo dragón sencillamente al horno, con cuatro cucharadas soperas de aceite, sal gorda y perejil. Su truco fue añadirle pasas de Corinto, boletus edulis, champiñones, cebollas y cuatro dientes de ajo muy picados. 
Apolo, sin saber si era dragón o toro minoico, lo comió con vino tinto Lambrusco. El alegre vinillo le amodorró un poco y la diosa, a la chita callando, preparó el tálamo. Hubo siesta. Al primer sueño, despertó ardoroso y apartando el edredón de púrpura, cumplió como un señor, tanto, que Afrodita, por rememorar la tarde, nombraba al dragón hermoso Apolo. De aquí viene la receta antigua.
Más modernamente, estando en Lisboa con la dueña de mis días y de mis noches, lo he comido a la portuguesa, es decir: con mucho cilantro. El cilantro es una umbelífera de aromáticas hojas y flores rojizas. El introductor del cilantro en el recetario lusitano, fue el poeta romántico Raimundo Antonio de Bulhao Pato, nacido en 1829, en Bilbao, en la Vasconia nuestra, que quiso hacer almejas en salsa verde y le salieron otras, que mejoraron con el nombre, que desde aquella se llaman ameijoas a Bulhao Pato y están en Tavares Rico (el no va más en cuestión de restaurantes lisboetas) de plato estrella.
La receta para el dragón es igual que la de los lamelibranquios. Se deja a remojo, con sal durante dos o tres horas. Se escurre y se pasa varias veces por un chorro de agua fría. Luego se cortan ajos y se pican cilantros, sin miedo, generosamente. Se ponen a calentar los dientes de ajo, en aceite de oliva virgen, en la cazuela, y al primer hervor se agrega el cilantro. Se añade el dragón. Cuando se haya dorado, se retira y se espolvorea de pimienta. Hay quien echa zumo de limón, aunque no soy partidario, que el cítrico siempre le quita sabor. El dragón, preparado así, está para chuparse los dedos. De la siesta, por discreción, nada digo.


De Volver a Ruritania


De la materia literaria

Soy de los que desconfía del mundo real como materia literaria. Me pasa que estoy convencido de que la literatura no debe ser concebida como una traducción del mundo, pero tampoco como algo ajeno al mundo. No se trata de describir el mundo, si no de recrearlo con la imaginación. La imaginación que nos identifica y singulariza. 
Recrear este mundo para comprender su significado, su último sentido. Aquello que se intuye y no se percibe a simple vista. El mundo o al menos, el mundo en el que yo vivo, es también, fantasía, magia, irrealidad. 
Tengo la sensación de haber caminado por calles oscuras, donde habitan sombras ominosas. Quizá fuese en sueños. Los sueños no son menos reales que la propia realidad. Escribir sobre los sueños no se me antoja escapismo o falta de  compromiso, es sencillamente otro compromiso. Un compromiso con lo más profundo de nuestra imaginación. ¿Cómo explicar la ardiente mirada de Eloísa de la que enamoró Abelardo? Solo con el poder de la imaginación. La imaginación que lejos de ser ociosa, es industria que conviene al hombre. 
Ahora no se llevan los escritores imaginativos. Veáse lo que ocurre con mi maestro don Alvaro Cunqueiro, que se lee poco y debiera estar en las escuelas para que los niños, con las primeras letras, aprendieran lo ancho y venturoso que es el mundo, lo gozosa que pueda ser la vida. 
Yo llegué a cartearme con Cunqueiro, él siempre me escribía a máquina, muy sentencioso y aconsejador. Conservo, enmarcada, su carta en la que deseaba viento favorable a La Galera Barbuda, una revista de poesía que dirigí allá por las calendas de Mari Castaña. Una vez, de mozo, le vi en la Feria del Libro del Retiro. Estaba leyendo algo a un grupo de personas. Me acerqué con la intención de saludarle reverencioso, pero luego no me atreví a importunarle. Ahora lo siento. Hablar con aquel sabio, hubiera sido, de seguro, esclarecedor. Nunca he sido apocado, salvo en aquella ocasión en la que sufrí un inesperado ataque de inconveniente timidez. 
Pero me queda la imaginación. Ya no sé cuántas veces, me he sentado con el maestro, al abrigo de la sombra de un frondoso laurel; en las manos, la copa de un dorado albariño y le he preguntado por Ulises. No sé tampoco las veces que me ha contado las cuitas de Merlín en las espesas selvas de Brocelandia. Y puedo decir con orgullo que juntos hemos visto al unicornio, sobre el regazo de una dama hechizada. 
No pasa día, que no me acuerde de la tarde que Cunqueiro me llevó de su mano a la batalla de Hastings, donde la tanta sangre oscureció el río. Recuerdo que se había levantado un gélido relente y el escritor me habló muy quedo de unos amores que el acero truncó.
Gracias a él, he charlado con don William Shakespeare y doy fe de su existencia. Es hombre muy parco de gestos, sumamente benévolo en lo tocante a elogios, algo taciturno. Me malicio que gustará de la mujer pequeña, brava en el lecho y circunspecta en los decires. No es que me lo dijera abiertamente, pero se deduce de su conversación. 
Así que, como se ve, soy culpable de enredarme en erudiciones inútiles y en conocer, antes que el estado de mi depauperada cuenta, las vueltas sobre sí mismo que debe dar un buen derviche para acceder al beneplácito de Dios. Por querencia propia que aquí si que no puedo echar la culpa a mi maestro. Yo fui a Cunqueiro porque estaba predestinado a conocerle. Fue, insisto, merced a mi incontinencia postal. De haber hablado con él en aquella ocasión que le dejé marchar como un pánfilo, le hubiese preguntado por el señor demonio don Abagamael, diablo de menor cuantía del que tengo pocas noticias. Cunqueiro era versado en demonios y muy probablemente me hubiese puesto al día.
Acontece que Abagamael es impresor y pasa por ser el culpable de las erratas. Contra sus mañas, hay un bálsamo de Fierabrás que anula su maléfico poderío. Es el que toma mi amigo y guía Francisco Peralto, que es impresor impoluto. Peralto acaba de enviarme por correo certificado un libro admirable de Antonio Orihuela. Una cronología de la poesía visual. Para cualquiera que se acerque a las vanguardias en el futuro, será de obligada referencia. Está editado con primor y escrito con singular acierto. 
Desde mi ignorancia, no le pega a Orihuela ser tan ordenado. Yo le hacía más caótico y disperso. Más anarcoide para sus cosas, pero para mí que en esta ocasión, se ha acogido al reducto doctoral y metódico que todos llevamos dentro y eso que le tenemos que agradecer. Naturalmente faltan algunas cosas, pero en su conjunto, el libro resulta imprescindible. Entre Peralto y Orihuela, han hecho una obra magna que quedará en el tiempo. Una obra bien hecha. Rabiará así el diablo Abagamael, tan dedicado a lo suyo. 
A mí me visitó hace tiempo y dejó turulato un trabajo mío, ya en imprenta. Hubo que repetirlo, pues nadie se explicaba el desorden en la paginación. De aquella, supuse que el diablo Abagamael me la tenía jurada y ahora, siempre estoy al acecho, que en tocante a erratas, soy muy mío. 
Volviendo al principio, para el común, esto del demonio, se considera fantástico, quimérico, fabuloso. El diablo no forma parte del mundo real. Molesta mucho a los que tienen una visión racional del mundo. Los que creen que lo que no se puede demostrar, no existe. Los que desprecian la imaginación.
Recuerdo ahora el escándalo que les produjo a tres amigas, enterarse por la prensa que el Papa Juan Pablo II había practicado un exorcismo a una joven, por expulsarle un demonio que le hizo gritar obscenidades al propio Santo Padre en vaticana audiencia. Precisaban las noticias, que las lujuriosas palabras eran pronunciadas por una voz profunda y desabrida que evidentemente no era la natural de la vociferante. Por ello, se desprende que era voz demoníaca. Las damas en cuestión, descreídas, se alborotaron porque dudan de la existencia del diablo y cuestionan que ande confundiendo a estas alturas del siglo XXI. Piensan, como tanta gente, que el cornudo está felizmente periclitado, es cosa del pasado, medieval superstición, azufre yerto. 
Hace algunos años tuve yo el proyecto, abandonado pronto por otros quizá menos importantes, de confeccionar un escalafón de los infiernos con anotación pormenorizada de los ángeles caídos, el nombre y la gracia de cada uno, su cometido entre los humanos y un remedio contra sus mañas. Me doy cuenta ahora que hubiera sido de utilidad, al menos, para mis tres amigas incrédulas. Para saber de ciencia demonológica, recomiendo leer a Collin de Plancy. En su diccionario, aprendí a distinguirles por jerarquías y cometidos, que no todos los satanes son el mismo ni valen para igual tarea. Por ejemplo, el demonio que tomó posesión de la joven que le gritaba sin pudor alguno, procacidades al Obispo de Roma, el buen Papa Wojtila, debía ser por las señas, el diablo Leonardo, Embajador del Gran Duque Astaroth, entendido en coitos. Le puse en una novela mía, copulando meigas en playero aquelarre. Para la ocasión, le vestí con un traje cruzado de franela gris, confeccionado en Saville Row. Lo normal es que vista de rojo, con jubón ajustado. 
Leonardo está especializado en lujuria femenina. Tiene la cualidad de licuarse, por lo que me barrunto que endemoniaría a la interfecta, con el desayuno, mientras saborease un capuchino en el hotel romano. Posee también el don de la ubicuidad instantánea, esto es que puede estar a la vez y al mismo tiempo, tentando  a la Gioconda con efebo broncíneo, como imaginando perversiones en el cándido corazón de una jovencita. Es propenso a la rápida putrefacción y a las pústulas venéreas.
De la idea diabólica de que Satán, Príncipe de los Infiernos, no existe, es de lo primero que se vale el Maligno para reavivar en nosotros el grandísimo pecado de la soberbia. La soberbia nos hace desconfiar del exorcismo papal, despreciar el antiguo y acreditado ritual y sentirnos superiores. A mis amigas, me gustaría enviarles la receta arcaica: olor a azufre, santiguarse al momento, pero me temo que no me harán caso, porque la considerarán fuera de lugar. Estas escépticas no creen en la existencia de los belzebúes y punto. Como si la cosa en sí fuese tan sencilla.



De Lo Nunca visto (Guía de lecturas)




Otros escribieron sobre don José María de Montells:

Que José María de Montells es un poeta, es algo que está al alcance de todos. El puede no airear sus libros, no decírselo a nadie, no ir a tertulias, no tratarse con demasiados plumíferos, tardar años en publicar, incluso. No importa. La gente que posee el privilegio de su amistad, al conocerle, supo enseguida que Pepe Montells era un poeta. Quizá algunos piensen que saber eso no tiene nada de particular, pero tiene mucho de particular, porque una cosa es ser poeta cuando se le ocurre a uno un poema y se sienta a escribirlo y otra cosa distinta es ser poeta las veinticuatro horas del día, cuando se habla, se está en el otro trabajo, el del sueldo; cuando se trata a los hijos o se vuelca uno en caprichos o generosidades a veces fácilmente evitables y otras veces superfluos. Cuando uno, en fin, no aguanta a pelmazos, aunque le convenga, o ama tiernamente a un infeliz por lo especial que tenga que no haya visto nadie.

Medardo Fraile

Estamos ante un poeta importante que, por propia voluntad, por no querer asistir a los cenáculos poéticos con etiqueta, o por esas cosas de Montells tan confundidoras, ha permanecido mucho tiempo, demasiado tiempo, en las trastiendas. La lectura de sus versos aporta luz en tanta sombra. Cuando asistimos a un papanatismo y a una bobaliconería que encumbra medianías, cuando ante nuestros ojos se alza tanta poesía prèt â porter, cuando a menudo no poca poesía que se escribe a nuestro alrededor es, como el lago Ness, más celebrada por sus monstruos que por sus bellezas, leer a Montells es como acercarse a un río de aguas claras.

Juan Van-Halen




Requiem aeternam dona ei, Domine, et lux perpetua luceat it



Comentarios

  1. Que descanse en la Paz del Único. Tengo el honor de figurar en algunos de sus libros; entre otros, "Volver a Ruritania". Mi gratitud y mi deseo de un apacible y gozoso viaje definitivo. Que el Señor lo acoja.

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