Fragmentos de… Los Minutos de arena memorial, de Alfred Jarry. Edición de Juan Antonio Tello




Fragmento del prólogo

El 5 de octubre de 1894 se presenta Los Minutos de arena memorial en las ediciones del Mercure, la primera obra de Alfred Jarry publicada en volumen y una de las primeras con esta función editorial de la revista, un libro hecho de fragmentos de origen diverso —poesía, prosa, teatro— pero gobernado por un espíritu poético indudable. Remy de Gourmont se encarga del comentario elogioso en esas mismas páginas. El texto introductorio, de título «Dintel», unifica los diferentes capítulos e invita a franquear la puerta de entrada a una poética que se quiere declaración de intenciones. El lenguaje ocupa aquí un lugar principal y definitorio; es principio, medio y fin de lo literario; todo y nada de lo simbólico; significante al tiempo que significado. La búsqueda de lo inusual, la fuerte conciencia de una expresión literaria que pierde sus atribuciones sociales para ser abordada en clave personal, la capacidad de sugerir y de actuar en un segundo nivel de lengua, la utilización del símbolo como potencia del significado, son algunas de las ideas que Jarry hace suyas. Se trata de que actúe como signo, «sin preferencia de sentido», que sea puro verbalismo sonoro, «oscuridad» o «simplicidad condensada» para tomar en cuenta las posibilidades del decir, y al mismo tiempo juego de sentidos entre lo que sugiere el autor (omnisciente a todas luces) y una cierta noción de receptividad que se concede al lector. Posición de superioridad, en todo caso, por parte de quien escribe, pero sujeta al entendimiento de quien está leyendo.
Y una vez que han sido aceptadas las reglas de un juego en el que ya de entrada uno se sabe perdedor, se despliega, con el misterio del telón de un teatro de marionetas, toda la fuerza expresiva y figurativa del gran maestro de la patafísica: romanticismo exacerbado, creación de ambientes inquietantes salpicados de un bestiario genuino, feísmo consciente de su gran belleza estética, sátira y sarcasmo que comienza a tomar forma en estos personajes universales de la literatura francesa, sonetos de corte clásico dinamitados desde el interior, etc. Y todo ello en un lenguaje donde, a través de una sintaxis fracturada en la que abundan las figuras literarias, va construyéndose un espacio-tiempo simbólico, hermético, rico en imágenes, con un gran desvío respecto a lo convencional, sintético y pleno de sentidos, sensible a la materia y sugerente para la interpretación, jalonado de claves personales y de guiños culturales pero restringido al lector no avisado por su vocación de totalidad, la trasfiguración máxima de lo real, la invitación a una fiesta donde se paladea el alcance real de lo que después se constituirá como ciencia de las soluciones imaginarias.
 Juan Antonio Tello

Fragmentos de Los Minutos de arena memorial


DINTEL


Es muy probable que muchos no se den cuenta en absoluto de que lo que va a seguir es muy bello (sin superlativo: salida); y suponiendo que haya una o dos cosas que les interesen, puede ser también que no crean que se las hayan sugerido a propósito. Porque vislumbrarán ideas esbozadas, no adornadas con sus habituales acompañantes, y se sorprenderán por la ausencia de muchas citas congruentes, mientras se compilan manuales en los que cualquier joven lee lo necesario para seguir los susodichos usos. Está bien haber conocido a los filósofos a través de los diferentes siglos, para aprender 1º lo absurdo de repetir sus doctrinas, que, cuando son recientes, ruedan por los cafés y cervecerías, cuando han envejecido por los cuadernos de los colegiales; 2º y sobre todo, el doble absurdo de apoyar una cita con el nombre de un filósofo, cuando cada una de sus ideas, tomada fuera del conjunto del sistema, babea en los labios de un viejo chocho (Y este fragmento de disertación es tan trivial como la trivialidad de hay que decir todo que explica)…
Sugerir en vez de decir, hacer en el camino de las frases una encrucijada de todas las palabras. En tanto que producciones de la naturaleza (a las que se ha comparado erróneamente la obra sola de genio, por ser semejante a ella toda obra escrita), la disección indefinida exhuma siempre algo nuevo de las obras. Confusión y peligro: la obra de ignorancia en las palabras papeletas de voto tomadas fuera de su sentido habitual o más exactamente sin preferencia de sentido. Y esta en los superficiales primero es más bella, porque supera la diversidad de los sentidos atribuidos, el verbalismo libre de todo rosario se elige por ser más sonoro; y a poco que la forma sea abrupta e irregular, por no haber conocido la regularidad, toda regularidad inesperada reluce, piedra, órbita, ojo de pavo real, farol, acuerdo final. Pero aquí reside el criterio para distinguir esta oscuridad, caos fácil, de la Otra, simplicidad* condensada, diamante de carbón, obra única hecha de todas las obras posibles que se ofrecen a todos los ojos que rodean el faro vigilante de la periferia de nuestro cráneo esférico: en esta última, la relación de la frase verbal en todos los sentidos que pudieran encontrarse es constante; en la primera, indefinidamente variada.
(DILEMA) Por eso se escribe la obra, activa superioridad sobre la audición pasiva. Todos los sentidos que el lector encuentre en ella están previstos, y nunca los encontrará todos; y el autor puede indicarle otros, como el juego cerebral de la gallina ciega, inesperados, posteriores y contradictorios.
Pero 2º Caso. Lector infinitamente superior en inteligencia al que escribió. No por no haber escrito la obra se deja sin embargo de entenderla, sino que queda paralela, si no igual, al lector del primer Caso.
3º Aun siendo imposible que se identifique con el autor, este al menos en el pasado le superó al escribir la obra, momento único en el que vio TODO (y no tuvo, como se ha dicho anteriormente, reparo en decirlo. Eso hubiera sido (Cf. Pataph.) asociación de ideas animalmente pasiva, desdén (o falta) del libre arbitrio o de la inteligencia selectiva, y sinceridad, antiestética y despreciable).
4º Si pasado ese momento único el autor olvida (y el olvido es imprescindible —timeo hominem…— para hacer correcciones en su cerebro y cincelar en él la obra nueva), la constancia de la relación antes mencionada es para él un jalón con el que encontrar TODO. Y en esta reciprocidad tal circunstancia es accesoria: aun cuando no hubiese sabido todo lo correspondiente al escribir la obra, le bastan dos jalones situados (señal, punto de mira) —por intuición, si se quiere— para describir TODO (diría el tiralíneas al compás) y descubrir. A Descartes le faltó ambición, por no haber querido más que edificar un sistema sobre un Álbum (Nada que ver con Stuart Mill, método de los residuos).
Está bien escribir una teoría tras la obra, leerla antes de la obra.
Antes de leer lo aceptable:
Es una estupidez que uno mismo comente la obra escrita, buena o mala, porque mientras la escribía puso el empeño no ya en decir TODO, lo que sería absurdo, sino lo más necesario (cosa que de todas formas el lector no percibirá nunca totalmente), y no se podrá ser más claro. Que se sopesen pues las palabras, poliedros de ideas, con escrúpulos como diamantes en la balanza de los oídos, sin preguntar por qué esto o lo otro, pues no hay más que mirar, y ver lo escrito.
Antes de leer lo que no vale nada: Y hay diversos versos y prosas que nos parecen muy malos y que sin embargo dejamos, después de suprimir muchas cosas, porque por una razón que hoy se nos escapa, nos interesaron en un momento dado, ya que los escribimos; la obra es más completa si no se suprime todo lo flojo y lo malo, muestras dejadas que explican por semejanza o diferencia a sus iguales o a sus contrarios, y de todas formas es lo único que les parecerá bien a algunos.
A. J.
11 de agosto de 1894

LIEDS FÚNEBRES


I
EL MILAGRO DE SAN ACUCLILLADO

Sobre la pantalla blanca del gran cielo trágico pasan los ciempiés negros de los entierros, como los cristales de una monótona linterna mágica. El Hambre suena en los oídos vacíos, tan vacíos y locos, sus zumbidos.
Su campana alegre cuelga de sus dedos largos, derramando sobre la tierra risas burlonas. Y grandes lobos pardos y cuervos graves están pegados a sus talones. El Hambre hace sonar en los oídos vacíos por la ciudad sombría sus zumbidos.
Cruz de los cementerios, levantemos nuestros brazos rígidos para rogar a las alturas que nos libren de esos obreros que cavan sin tregua nuestras frías raíces. ¿Pues no hay un Santo en la corte, junto a Dios Padre, que interceda?
Cruz de los cementerios, ¿vuestra delgada plebe ha olvidado pues el bloque de granito perdido en un rincón de vuestros dominios? Su barba de río hasta las rodillas esparce y despliega, despliega su oleaje, su oleaje de piedra.
Y las olas de piedra le cubren por completo. En sus muslos duros sus codos que brillan bajo los astros rubios se posan, unidos por la eternidad. Y es un gran Santo, porque tiene como sede, honorable sede,  una bella pila bautismal.
No tiene nombre alguno. En un rincón retirado, ignorado por los hombres, solo las Cruces blancas se lamentan con los brazos alzados. El cuervo que vuela lo desprecia por enano, graznando injurias al buen Santo encorvado: Viejo San Acuclillado.
Cruz de los cementerios, elevemos la queja de nuestros brazos alzados: que esos obreros que matan nuestras raíces y pueblan las tumbas de serpientes cortadas, cruzándose de brazos, miren ociosos las antorchas de muerte desde ahora apagadas.
Y que el Hambre vuelva a llevar bajo tierra a su cortejo negro de grandes lobos vagabundos y de cuervos graves. Que lo Blanco siga a lo Negro en todos los lugares. Que el gran ojo glauco del cielo se compadezca, derramando sobre los hombres llantos de harina.
Y las Cruces permanecieron con los brazos extendidos, cortando con rayos blancos la sombra sin color. De repente resbalaron sobre la sombra unos llantos blancos. Las nubes son grandes sacos que vacían los molineros terrestres. El maná cuelga de los aguilones inaccesibles.
El maná blanquea las rojizas tejas. Un manto blanco hasta el horizonte sobre toda la tierra se extiende para comer. Y él mismo de blanco, de blanco se ha vestido el Santo Acuclillado; de blanco se ha vestido como un panadero.
Y los hombres cogen pesadas paladas de harina clara que el viento alegre les arroja al rostro. Cruz de los cementerios, una vez satisfechos nuestros deseos, quisiéramos ver cuál fue la salida, la salida vergonzosa del cortejo negro…

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El Hambre está ahí. El Hambre suena en los oídos vacíos, tan vacíos y locos, sus zumbidos. Y la nieve extiende su mortaja de muerte sobre la ciudad fría donde están cavando fosas… El Hambre hace sonar sus zumbidos.

II
LA QUEJA DE LA MANDRÁGORA

Es un hombrecito vestido de pelos rojos que se acuesta y rasga un viento a ráfagas. Tiene los brazos torcidos y los dedos cortados. El fondo de la tierra le tiene atrapado por los pies. Un manojo de llaves cuelga del patíbulo, porche triunfal.
Erizado por la escarcha, no puede cruzar los brazos que permanecen en alto. No puede castañetear los dientes de su boca cerrada… Castañuelas son los dientes de los ahorcados… Golpead el suelo con los pies, ahorcados, atados a los postes… El fondo de la tierra le tiene atrapado por los pies.
«Soy una planta y no puedo trepar, trepar como una hiedra, subir como una hiedra por los altos pilares. El fondo de la tierra me tiene atrapado por los pies. Enano del que te ríes, Hombre, mi gran hermano, quisiera las alas de los murciélagos.
«Búho cuyas alas enguantadas en terciopelo trazan sobre los muertos sus jeroglíficos, ¡llévame a tu nido! Mis pies son vampiros con cuello de culebra, que chupan la sangre, la exquisita sangre de los muertos. Mi cuerpo es un odre que llena la sangre.
«Mago, tus libros mágicos están cerrados para tus ojos. Mis ojos son nudos de arbusto extraño. En mis ojos se refleja el seno de la tierra. Mis ojos son lagos; mis pesados párpados están hechos de piedras que, filosofales, derraman torrentes de oro.
«Lentejuelas de oro cubrirán tus losas. Todo lo que me toca se transforma en oro. A menudo los ojos de los búhos se han clavado en mí: eternamente seguirán siendo de oro… Ven, y libérame; el fondo de la tierra me tiene atrapado por los pies».
Así se lamenta bajo la sombra temblorosa de los ahorcados contrariados; así se lamenta el enano plantado. La ráfaga de viento trae su canto de cigarra… Guarda tus tesoros: vengo, Hombrecito, a liberar tus pies, por Humanidad.
Y he aquí mi mano que busca tus manos cuyo esfuerzo yerto sube al cénit pálido… Pero su mano de gloria, con un gesto burlón, llamea como un faro; la ráfaga de viento lleva consigo su sarcasmo… El fondo de la tierra ME tiene atrapado por los pies.

III
EL ÍNCUBO

Boga en la copa de olas de aceite rosa, zozobra en la copa de olas de aceite dorado, tiembla en la copa de olas de noche negra, lamparilla, ¡y conviértete en la lámpara de un muerto! Los Ángeles que velan iluminados por las estrellas traen sus lámparas.
Él duerme, y su cuerpo, su cuerpo de esmalte con venas azul de Sèvres, descansa tranquilamente en el gran lecho lóbrego. Boga en la copa de olas de aceite rosa, lamparilla, y proyecta tu luz dulce, perfumada, sobre el niño que duerme.
¡Escuchad! La Noche arruga su manto. Algo viene a gritar en el cristal. Cortinas inquietas, erizad rápidamente vuestras alas de pluma sobre el vidrio glauco. Lamparilla moribunda, zozobra en la copa de olas de aceite dorado.
La noche ha caído como una lluvia gris. El íncubo se ha arrastrado como una babosa. Vidrio, derrama llantos, llantos amargos de absenta. Y, Ventana, levanta tu gran Cruz santa, mientras se arrastra y chirría y se mueve una gran garra.
Ser horrible y vago, la noche enfurecida lo ha vomitado como una pesada ola que resbala y rompe a los pies de un faro. El cristal tiembla y su ojo se espanta. Lamparilla moribunda, zozobra en la copa de olas de aceite dorado.
El niño está durmiendo. Su cuerpo, su cuerpo de esmalte con venas azul de Sèvres, descansa tranquilamente en el gran lecho lóbrego. Boga en la copa de olas de aceite dorado, lamparilla, y difunde tu luz pesada con vapores de azufre sobre el niño que duerme.
El cristal se rompe, cerco de papel. Un cuerpo de babosa tiembla en la sombra. El niño despierta, y sus grandes cejas arqueadas en la noche baten sus alas. ¡Tiembla en la copa, lamparilla, y conviértete en la lámpara de un muerto!
Las tinieblas son una red llena de monstruos sin nombre. Las larvas son atrapadas en las puntas del cristal estrellado. La copa ya no es más que una jarra de pez. Los Ángeles que velan iluminados por las estrellas han apagado sus lámparas.


Los Minutos de arena memorial, de Alfred Jarry. Libros del Innombrable, 2013. Traducción y edición de Juan Antonio Tello. ISBN: 978-84-92759-61-3.



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