Imagen de Ana Contreras |
Había una vez un hada que susurró a mi oído la idea de viajar por los cuentos tradicionales desde una perspectiva simbólica. Me indicó un sendero entre árboles frondosos y lo tomé, con un poco de temor a la vez que con confianza. Desconocía totalmente lo que encontraría allí, pero lo que hallé fue verdaderamente sorprendente: «un bosque de símbolos vivos y actuantes». Aquellos cuentos que hoy en día se consideran ya caducos, a la luz de la Tradición aparecían en toda su profundidad y riqueza. Se abrió ante mí un mundo totalmente nuevo, maravilloso, lleno de matices, de colores, de formas, un jardín ordenado según las leyes que rigen el Cosmos, en cuyo centro crece una bella rosa roja.
Los cuentos tienen, como todo escrito tradicional, cuatro niveles de lectura. Para poder penetrarlos hasta comprender su significado más profundo hay que excavar un agujero en la tierra y enterrar la individualidad, vale decir quitar las capas de los prejuicios que nos impiden ver la esencia de las cosas. Así, poco a poco, va emergiendo en toda su pureza la piedra preciosa que se halla escondida en lo más hondo del texto y de nosotros mismos, pues las andanzas de los protagonistas de los cuentos y el viaje interno del lector son procesos paralelos y simultáneos, si somos capaces de abrirnos a ello. Gracias a las claves que nos brinda la enseñanza tradicional, imprescindibles para este trabajo, la lectura se vuelve una aventura que se vive en primera persona. Se reconoce que la historia leída es la misma que se desarrolla en nuestra propia alma, un escenario en el que se iluminan y dialogan aquellos personajes con los que antes pensábamos no tener nada que ver.
Se podría pensar que los cuentos son demasiado duros, que la moral de la que están impregnados es anticuada, que los roles de género están estereotipados y perpetúan de esa manera la desigualdad social. Sin embargo, si los consideramos bajo la luz del símbolo, descubrimos que lo terrible también tiene su lugar en el orden cósmico y que censurarlo significa negarse el acceso a las posibilidades más altas del Ser, ya que de la Unidad nada está excluido y el Conocimiento pasa por reconocer en uno mismo todos sus aspectos, no sólo los más agradables según un criterio personal. De la misma manera, el príncipe y la princesa no son personajes externos, sino que están ambos presentes en nuestra alma, como todos los demás, y por ello los podemos vivir por lo que son: opuestos complementarios que constituyen una unidad indisoluble.
Estas historias tienen mucho que decirnos porque se desarrollan en un tiempo mítico en el que todo es ahora, en la consciencia de cada cual. Las palabras «había una vez» o «érase una vez» nos introducen en un tiempo otro, distinto del lineal, pero que coexiste con él, porque no se trata de un momento del pasado o del futuro, sino del Presente. En este sentido, aunque los cuentos cambien en la forma, sus personajes siempre encarnan las mismas energías cósmicas que también están en el alma humana. Por eso no pasan de moda, porque nos hablan directamente al corazón sin importar en qué época estemos. Para oír su mensaje, sólo tenemos que dejarnos encantar por el sonido que viene del interior del bosque y adentrarnos cada vez más, desoyendo las voces que intentan seducirnos y sacarnos hacia afuera.
Los cuentos tradicionales forman parte de nuestra Cultura, entendida como un puente entre el ser humano y su Origen sagrado, porque en ellos se han depositado, quizás bajo una forma muy velada, las Ideas Universales que constituyen el entramado del mundo. Por eso hemos ido al rescate de esas Ideas, cual caballero, con la certeza de que allí se hallaban y con la firme intención de despertar a la princesa dormida para salvarla del olvido.
Cuentos tradicionales (Símbolo e iniciación), de Margherita Mangini. Con ilustraciones de Ana Contreras. (Libros del Innombrable, 2018) Colección Aleteo de Mercurio, n.º 5. ISBN: 978-84-17231-08-8.
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