Animales impuros es un libro que reúne pequeños textos que hablan de «seres» que nos rodean en la vida cotidiana y en la naturaleza, o que surgen de los territorios de la imaginación. Es un libro que solo de forma irónica puede verse como curioso «bestiario». A lo largo de las secciones el autor elige objetos que se metamorfosean en animales por la relación que mantenemos con ellos o por el asombro que provocan; o habla de aquellos otros que pueden despertar miedo o fascinación, que vienen de la infancia o que proceden del espacio del cine, del arte… Libro para ser leído de golpe o para tomar poco a poco, Animales impuros muestra que el mundo en que nos movemos puede resultar todavía extraño, atractivo o temible, para quien lo mira desde cierta distancia.
La experiencia poética de este libro tiene aquí puntos de referencia en lenguajes distintos (un artista mexicano llamó Animales impuros a un cuaderno de dibujos) y se constituye, libre de deudas o de guiños, para decidir con una sonrisa si somos parte de la naturaleza o, simplemente, un espécimen creado por siglos de historia y artificio, un animal impuro.
N. P.
Existen animales del espíritu que necesitan para su nacimiento un largo periodo de gestación y que un rincón del alma les dé cabida y en ello se dilaten durante siglos. Lo que llamamos avión, que ya tiene hijuelos diversos que peinan los cielos y aun extintos nietos como el ilustrado Concorde, nació según conviene a lo viviente de un prolongado deseo de imitar el vuelo de las aves. La incubación de tremendos artilugios, sin embargo, solo pudo producirse después de echar de la naturaleza el misterio y de ponerse, por fin, a pensar en serio. No fue fácil llegar al umbral de la vida nueva, pero fue de gran ayuda la existencia de varias generaciones atadas al banco de la reflexión para extraer varias fórmulas casi silogísticas: si el aire es el elemento que permite la vida y el cielo está repleto de aire; si aire es lo que respiramos en cada instante y lo que permite ir de un lado a otro, entonces resulta que el aire es el elemento más fiable para transitar por la vida. Segunda: si el hombre se puso en marcha gracias a un soplo divino, entonces el cielo será el espacio donde debe moverse este animalejo largamente concebido. Las cuestiones técnicas corrieron parejas a las ideas, pues solo necesitaban de la observación y del vínculo de las palabras para echar a volar excitadas por la pura lógica. Como ya sabemos, un caballo sub-uno se convirtió en caballo sub-dos y en caballo sub-tres y así de forma sucesiva, con idas y venidas al origen de la serie C1; y los recuentos V0, V2… etcétera, así se dio con el peso y la propulsión. De oca en oca se va lejos, aunque no por ello fue fácil poner el acero en el aire.
Esta es la cuestión palpitante que no supieron ver los antiguos: con un motor y unas buenas alas se cortan los cielos como si tal cosa.
Hay aquí algo milagroso y que contó en célebre artículo un observador de estos portentosos animales, Gabriel García Márquez. Los aviones pueden ir de Los Ángeles a Tokio sin que se oculte el sol en un solo momento. Son como salamandras que pueden resistir las embestidas del fuego. Están al mismo tiempo cerca del amanecer y del sol que declina. No se les derriten las alas. Es verdad que algunos de estos animales caen a veces por soberbia y ambición. Pero ante esto únicamente es posible el rezo o la maldición.
El animal impuro se desplaza de un lugar a otro y se alimenta de seres como tú o como yo, que se cuelan en su interior, y son abandonados y, cabría decir, evacuados nada más tomar tierra. Hay en estos animales una sensibilidad que los excita, en esta suerte de desembarcos, al hallar a congéneres que caminan imperturbables.
Hoy en día el animal que llamamos avión, como cosa de aparente quietud, constituye el verdadero poder del mundo, pues en torno a él surgen siervos, adoradores, mediadores y recolectores de impuestos, ministros y aun policías e ingenieros que lo examinan por si algún virus terrorífico pudiera atentar contra su celeste viaje.
Este animal se ha alejado mucho de su origen. Yo creo que en el fondo de su alma se confundieron las palabras y, muy olvidadizo, ha terminado por creerse un dios. Ich bin Gott, je suis Dieu, yo el supremo, todo eso se dice mientras aterriza y descarga sus semillas con estruendo diabólico.
Animales impuros, de Nilo Palenzuela, (Libros del Innombrable, 2017). Con ilustraciones de Sandra Ramos. Colección: Los libros del señor Nicolás. 978-84-92759-97-2
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