Reseña de Elucidario sentimental, de José Manuel Corredoira Viñuela, por Jorge Salvador Galindo




Reseña de Elucidario sentimental (Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013, prólogo de Francisco Gutiérrez Carbajo) a cargo del escritor, crítico y editor Jorge Salvador Galindo. Publicada en OviedoDiario el 11 de mayo de 2013.

Un gijonés en la corte del Rey Ubú

Querido José Manuel:
Iba a escribirte con una pluma de oto. Cuando para algunos lo más práctico es hablar con las manos formando bocina, yo sigo en mis trece y prefiero darle a la tecla porque en Oviedo, me consta, si es difícil encontrar un oto para pedirle una pluma, más complicado es aún que te la dé. Estoy seguro de que tú, que te apellidas CorredoiraViñuela y naciste en Gijón en 1970, sabrás apreciar lo que te voy a decir. Y es que me duele tu autoexilio forzoso (allá donde estés, quizá en Polonia, en plena corte del Rey Ubú), y más aún después de haber leído tu último libro, al que te gusta insultar con varios apelativos, siempre cariñosos, y que yo no voy a refutar: mamutreto, extraño monstruo, quisicosa o mondadientes del averno (éste último es mío).
Como bien sabes, pues lo has escrito tú, el artefacto se titula ‘Elucidario sentimental’ y ha sido publicado recientemente por la editorial zaragozana Libros del Innombrable. Un sello de extrañas rebeliones y rarezas, pero con los dignos atributos del toro (dato siempre apreciable a simple vista, sobre todo si entramos en su web).
Supongo que ya te han dicho que tienes algo de Alfred Jarry. La melena, el bigote fino como un alfiler acostado y esa mosca alargada que recorre tu mentón como una perfecta teoría de la dramaturgia más desaforada. Y todo ello está en toda tu obra. Y particularmente en tu gran Elucidario, que me ha recordado los tiempos de la picaresca escolar y a los hermanos Charles y Henri Morin, cuya obra ‘Les Polonais’ es el germen, como sabes, del ‘UbuRoi’ de Jarry. Y lo traigo a colación porque tú eres muy francés y un tanto ‘patafísico’, siempre en pos de una nueva solución para replicar al miedo y desterrar de nuestra vida, en apenas dos, tres o cuatro páginas, aquello que nos entristece y nos domina. Y porque la obra que nos ocupa, desde su inicio, tiene mucho de danza o canción del descerebramiento: “¿Comenzamos? ¡A guerra! ¡A guerra! ¡A jancha! ¡A guerra!”. Y es que tu Elucidario, José Manuel, es un puñetazo, pero también una caricia.
Admiro tu afán de búsqueda, la poesía y el humor que destila todo lo tuyo. La diversión definitiva. Dices que sólo pretendes hacer reír, y no es poco, como tus maestros Rabelais, Cervantes, Quevedo, Sterne, Valle-Inclán o Joyce. Y lo consigues. Dices que deseas cabrear un poco al personal, como añadido. Y eso también lo consigues. Y dejas al lector desconcertado, dentro de la hilaridad, con ganas de hacer algo en algún sentido, pero el sentido se evapora y huye despavorido. Pero vuelve el lector, poco después, para pasar una página tras otra porque ya lo has dominado. Y sólo al concluir tu ‘Elucidario sentimental’ (tiznado llega el final del juego), uno siente el irrefrenable deseo de morder algo que no está llamado a ser mordido o, como se dijera de la obra de Harpo Marx, con muchas ganas de pisar un charco.
Dicen que si alguien pronuncia tres veces tu nombre completo le explota la cabeza. Porque dentro de los libros que escribes descansa una voz poderosa, pero cuando se desatan las pasiones (cuando comienza el juego) se levanta el dormido y entonces, sólo entonces, todo es posible en tu literatura. Por eso, José Manuel, eres innombrable. Y por eso te escribo, porque el juego ha comenzado.

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